COVID-19, Hospital Pedro Mallo

“Nos sentimos un arma biológica”: cómo es estar en la primera línea de lucha contra el coronavirus en Argentina

Infobae estuvo en el Hospital Naval, donde hay 30 pacientes internados, tres de ellos en terapia intensiva. En su laboratorio los bioquímicos procesan las muestras para detectar la enfermedad. Seis de los casos positivos pertenecen a una familia que viven en la villa 1-11-14

Afuera la vida transcurre como todos los días. Como todos los días en pandemia y aislamiento social, barbijos, alcohol en las manos y fastidio por la cuarentena. El Parque Centenario está cerrado. Los candados en las puertas de rejas prohíben pisar el césped y mirar el lago artificial con patos y peces Kois. El temor al coronavirus, a pesar de que su circulación comunitaria sigue en aumento, se percibe como impalpable. Pero solo con ingresar al edificio, después de traspasar la puerta de doble hoja que da sobre la Avenida Patricias Argentinas 351, la percepción cambia.

De un momento a otro, eso que parece lejano, solo presente en los relatos, en los números estadísticos, en el recuento diario de muertos y enfermos, asciende como espectro silencioso. Golpea como cachetazo. Hombres y mujeres entubados, con respiradores, peleando sobre un ring donde el rival tiene guantes de 30 onzas en vez de 12. El contrincante, además, es diminuto: 70 millonésimas de milímetros. Un noqueador invisible a los ojos.

La batalla parece tener resultado escrito.

La capitán de navío bioquímica, Daniela Beatriz Ori; el capitán de navío médico Hugo Croci, director general del Hospital Naval Cirujano Mayor Dr. Pedro Mallo; y el capitán de fragata médico Mariano Irigoyen, jefe del departamento médico de la institución, opinan distinto.

Desde el 20 de marzo, día en que recibieron el primer paciente con sospechas de estar infectado con COVID-19, ya fueron estudiadas 503 personas.

De ese total, 43 casos fueron positivos, tres murieron y 30 aún permanecen internados, 27 en sala general y tres en terapia intensiva, uno de ellos en estado grave.

“La muerte de un paciente se vive con angustia. Se vive con angustia porque se han puesto todos los recursos, fundamentalmente los recursos humanos, que es el principal recurso que tiene el hospital en función de atenderlo, pero esta es una enfermedad que realmente cuando aparece el estado crítico es muy difícil de tratar. Obviamente los tres pacientes que fallecieron pasaron previamente por la unidad de cuidados intensivos”.

El director del Hospital Naval habla pausado. Le da la inflexión justa a cada palabra. Sabe, además, que mientras recorre los pasillos grises y las paredes verdes y blancas junto a Infobae, un hombre contagiado con coronavirus lucha por sobrevivir. Está aislado en una de las 40 camas de terapia intensiva.

La distribución interna del edificio, que desde el exterior y a la distancia, recuerda a un barco de guerra, con sus ventanas redondas, como los ojos de buey de las naves, y el tanque de agua que abastece al establecimiento en la azotea, que se parece a la torre de control de un navío, fue modificada para ganar espacio crítico para la lucha contra la pandemia.

Fue el comité de crisis del Hospital Naval el que decidió “reconfigurarlo”, al pasar de la situación “verde”, normal, a “amarillo” por la emergencia sanitaria decretada en el país por el presidente Alberto Fernández.

“Se cambiaron sistemas, procedimientos, procesos y rutinas del hospital”, rememora su director mientras se abre paso hacia el corazón de la lucha contra la epidemia, la Unidad de Terapia Intensiva.

En menos de 72 horas, el edificio proyectado en 1970 por los arquitectos Testa, Lacarra y Genoud, que ocupa toda una manzana y es de formato trapezoidal, se dividió en dos hospitales diferentes.

Por un lado la guardia tradicional, reconvertida en el denominado “corredor coronavirus”.

La segunda está destinada a los pacientes que no tienen síntomas de la enfermedad. Cardíacos, oncológicos y otras patologías.

Mientras camina a paso vivo y sube las escaleras, el doctor Croci explica con lujo de detalles que “en el hall central se instaló una carpa con cuatro camas equipadas para asistir a los pacientes con fracturas, con accidentes cerebro vascular, u otras afecciones que no están relacionadas con el SARS-CoV-2”.

La reconversión fue tal que hasta el jardín maternal fue trasformado en guardia de pediatría para pacientes pequeños no sospechados de coronavirus.

“Mi esposa es médica también, de hecho la hisoparon el lunes porque tenía un cuadro compatible con coronavirus. Por suerte dio negativo. Estar en la primera línea, tratando a pacientes con coronavirus, genera mucha ansiedad. Extremamos las medidas cuando ingresamos a nuestras casas, y antes aún, cuando salimos de acá. Nos sentimos una probable arma biológica porque estamos en contacto con este tipo de pacientes. Sabemos que tenemos más posibilidades de trasmitir una enfermedad de este tipo. Por eso somos muy cuidadosos para tratar de evitarlo”. Mariano Irigoyen, el jefe del departamento médico del Hospital Naval, es uno de los profesionales que cumple y hace ejecutar a rajatabla los protocolos de seguridad entre el personal que todos los días, las 24 horas, exponen su vida para ayudar a recuperar a los pacientes que fueron víctimas del nuevo coronavirus.

Mientras explica y da detalles de la manera en que se aíslan a los pacientes infectados y los tratamientos a los que son sometidos, y cuando deben ser conectados a respiradores, como sucede con uno de sus dolientes internado en la sala 3 de terapia; examina en una computadora los resultados de laboratorio que minutos antes volcó al sistema la bioquímica Daniela Beatriz Ori, “la capitana al frente de detectar los genomas del SARS-CoV-2”, como la llama el director del hospital Pedro Mallo.

Irigoyen se recibió de médico en el año 1996. De esa fecha a la actualidad nunca imaginó estar luchando contra un virus como el actual.

“Nosotros tenemos una situación muy particular. Al ser médicos de la Armada, la Armada nos prepara para estas cosas. Sí, de hecho es normal en lo que es la jerga del médico naval estar preparado para una eventual lucha, o una guerra bacteriológica, una guerra con armas nucleares, entonces tenemos una preparación de lo psíquico, un poco más que un médico normal, pero llegado el momento es difícil manejarlo”. Para quien lo escucha, la normalidad con la cual se representa una guerra apocalíptica llama la atención. Para un hombre formado científicamente, pero que trabaja en una Fuerza Armada, es parte de la rutina.

-¿A que le teme más, a un virus como este o a un átomo radioactivo?

-Claramente en una situación de guerra nuclear a un átomo radioactivo. Produce mucho más daño por más que yo me proteja. Contra el virus tengo más formas de protegerme. Y tengo muchas más herramientas para curar a mis pacientes.

Son los mismos 30 pacientes que por esas horas ocupa la atención de todo el personal sanitario del hospital que volcó todos sus recursos a la guerra contra el enemigo invisible.

Salir de terapia para ir al laboratorio fue dejar atrás el sonido del instrumental conectado al pecho de los enfermos y el ritmo del aire que sube y baja insuflado desde el aparato gris que llena de manera artificial de aire a los pulmones del paciente que no se rinde ante la multiplicación del COVID-19 en su cuerpo.

“En este momento el respirador respira por él”, se ve obligado a describir el jefe médico que, como consuelo ante la mirada desesperada del visitante acota, con tono profesional: “Hoy está mejor que ayer. La va peleando”.

“La capitana”

Frenetismo. Es lo que se percibe en el laboratorio del Hospital Naval. Está ubicado en la parte baja. A un puñado de metros del despacho del director. Técnicos y bioquímicos están abocados a estudiar la sangre y orina de los pacientes internados.

También los hisopados de los pacientes que se cree, podrían estar infectados con el COVID-19. Desde aquel lejano 20 de marzo, donde fue internado el primer hombre con síntomas de la enfermedad que causa zozobra en la vida la economía de buena parte del planeta, la faena en los dominios de la capitán de navío Ori se multiplicó.

Está frente a lo que comúnmente se denomina una “fotocopiadora molecular de ADN”.

La bioquímica explica en detalle la técnica usada para exponer al virus de la pandemia. Lo dice sobre los ruidos que produce el proceso que detectará dos muestras positivas sobre las 11 analizadas en ese momento.

La “caza del virus” se reproduce sobre una pantalla que se encuentra al frente, concretamente abajo a la derecha. Si el genoma del SARS-CoV-2 está presente, la gráfica mostrará una serie de curvas y la información pasará de inmediato al cuerpo médico. Si la línea es plana, el resultado es negativo.

“Estamos procesando todos los días 36 muestras. Este equipo tiene capacidad para 12. Tenemos tres largadas en el día, una a la mañana, una a la siesta y otra a la tarde noche. En todas las corridas estamos teniendo entre uno y tres positivos. A veces hemos tenido más, pero el promedio es ese. En todas las corridas hay un positivo”, confirma la mujer a la que no se le distingue ni una sola facción debajo del mameluco blanco y escafandra.

La profesional explica cada detalle del estudio. Relata la forma automática en que las pipetas extraen de manera automática los ácidos nucleicos de las muestras tomadas de las vías respiratorias de los pacientes a través de hisopados de las fosas nasales.

Después las mezclará en distintas soluciones para romper las células y poder extraer el Ácido Ribonucleico (ARN). Lo hace a través de perlas magnéticas que facilitan la destrucción de las células para poder obtener los ácidos. Finalmente la reacción de la Proteína C Reactiva (PCR) producirá lo que se denomina “reacción de la polimerasa en cadena” y eso amplificará –multiplicará- los genes del Covid-19, si es que están presentes.

La voz de la bioquímica está amortiguada por los elementos de seguridad que la protegen del dañino virus. De todos modos, su respuesta se escuchará a la perfección.

-¿Esto es luchar contra el coronavirus?

-Sí, parte de luchar contra el coronavirus es saber que está presente y de detectarlo para poder hacer la asistencia que sea necesaria. Lo que hacemos en el laboratorio es una forma de luchar también contra el virus.

Traspasar otra vez la puerta doble y salir al exterior genera una extraña sensación. Afuera todo sigue igual. Nada cambió.

El hombre canoso sentado en una silla de madera sigue vendiendo pequeñas botellitas de alcohol en gel a 120 pesos y dos barbijos negros de tela por 100 pesos.

El parque sigue cerrado. Y seguirá así por un tiempo. Los colectivos solo llevan pasajeros sentados.

Cada uno desde su compromiso entiende que aporta un grano de arena para “darle pelea”, como el paciente de terapia, al nuevo coronavirus.

Sin embargo, una de las grandes batallas se da allí adentro. A ellos la medalla de héroes no les queda grande sino todo lo contrario.

“Desde el punto de vista profesional es un momento único y es un desafío sin duda único en mi carrera”, es lo último que expresa Croci, el capitán de navío que en tierra conduce una de las naves insignia que a diario da una batalla silenciosa contra un enemigo al que hay que vencer más temprano que tarde.

INFOBAE