Una informe del periodista Ricardo Ragendorfer destaca lo escrito en 1991 por el Tte Crel Eduardo Stigliano cuando tramitó una pensión militar por «neurosis de guerra».
Pese al evidente pacto de silencio, y más allá de lo descripto en 1995 por el piloto naval Adolfo Scilingo en aquel libro publicado por Verbitsky, lo que dejó a la intemperie los vuelos de la muerte del Ejército Argentino fue una circunstancia estrambótica: las confesiones, en 1991, del teniente coronel Eduardo Stigliano, cuando tramitaba una pensión militar por “neurosis de guerra”. Al fundamentar tal solicitud, concibió uno de los documentos más estremecedores del terrorismo de Estado.
En este punto hay que aclarar que el pacto de silencio entre represores y la destrucción de los archivos sobre la llamada “lucha antisubversiva” propició que la reconstrucción del esquema operativo y la identidad de sus hacedores dependieran del testimonio de sobrevivientes. Pero hubo excepciones.
Desde 2009, la desclasificación y el análisis de legajos del personal de las Fuerzas Armadas y policiales –por parte de equipos del Archivo Nacional de la Memoria (ANM) y la Dirección de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia– abrieron el acceso a nuevos nombres y datos sobre el genocidio, en espacial al evaluarse las condecoraciones por “actos de servicio” y también los reclamos administrativos por traumas mentales y enfermedades “de guerra”.
Al respecto resalta el de Stigliano, descubierto 22 años después de haber sido acuñados. Tal expediente está ahora incorporado a la Causa Nº 3012 –a cargo de la jueza federal de San Martín, Amelia Vence, acerca de los crímenes cometidos en jurisdicción del Comando de Institutos Militares, con asiento en Campo de Mayo.
Las ya amarillentas hojas presentadas por él en 1991 ante la Dirección de Personal del Estado Mayor General del Ejército (EMGE) –y a los cuales Télam tuvo acceso– constituyen un documento de enorme valor histórico y judicial. Allí se autoincrimina en asesinatos. Confiesa su papel en secuestros y admite las ejecuciones callejeras de los jefes montoneros Horacio Mendizabal y Armando Croatto. Stigliano revela las visitas del general Leopoldo Fortunato Galtieri a los campos de exterminio. Admite fusilamientos ante la presencia de jerarcas militares del área. Desnuda la estructura de inteligencia que actuaba en Campo de Mayo. Y detalla los vuelos de la muerte.
Su relato sobre este tema es sobrecogedor: “Se me ordenaba matar a los subversivos prisioneros a través de médicos a mis órdenes, con inyecciones de la droga Ketalar. Los cuerpos eran envueltos con nylon y se los preparaba para ser arrojados al Río de la Plata desde los aviones Fiat G-222 o helicópteros que salían en vuelos nocturnos del Batallón de Aviación 601″.
En términos contables, se atribuye 53 crímenes con esta metodología.
Asimismo aclaró haber tomado la precaución de dejar en una escribanía de la ciudad de Paraná –donde residió sus últimos años– la lista de víctimas y las matrículas de los aviones utilizados, junto a los nombres y jerarquías de la tripulación.
Lejos de tener los reclamos del teniente coronel una acogida favorable, sus superiores informaron que él “pretendía generar daños a la institución”.
Eduardo Stigliano falleció en 1993. Ahora sus papeles también obran en poder del TOF Nº 2. Y constituyen una prueba irrefutable en el juicio por los vuelos de la muerte, nada menos que el secreto mejor guardado por los represores del Ejército.
Fuente: Télam