Orgullosamente panadero naval

El Día del Panadero en Argentina. El 4 de agosto fue reconocido oficialmente por el Congreso Nacional en 1957 y se conmemora por la creación del primer sindicato de obreros panaderos en 1887. En la Armada Argentina los que desarrollan este oficio pertenecen al escalafón Apoyo General, que agrupa a todo el personal de servicios como cocineros, conductores y camareros.

A quienes elaboran el pan de cada día, las diversas masas y repostería, en destinos tanto de tierra como de mar, nuestro reconocimiento y felicitación por su labor diaria y silenciosa. Compartimos con ustedes esta historia de vida de un panadero mar adentro.

El Suboficial Mayor AG Gustavo David Maturano tiene 50 años y se encuentra en la Armada hace 35. Ingresó muy joven, a los 15, y desde entonces ha servido a la Fuerza en innumerables destinos como panadero, cocinero y maestro de víveres y, actualmente, como Suboficial Encargado del Departamento Abastecimientos en la Base Naval Mar del Plata, Buenos Aires.

El Suboficial Maturano contó que desde su ingreso en 1987 aprendió el oficio, le encantó y lo fue perfeccionando. Tuvo la oportunidad de navegar y conocer lugares increíbles como el continente antártico. Le puso alma y corazón a su profesión y, a pocos meses de su retiro efectivo –en julio del 2022–, confiesa que va a extrañar a la Institución que supo guiarlo, formarlo, y forjarle un destino de bien, del cual está más que agradecido y orgulloso.

Acostumbrado a trabajar desde pequeño en su Rawson natal, Gustavo Maturano tenía 14 años cuando se anotó en la Delegación Naval de San Juan, sin que sus padres supieran. “Me encantaba el uniforme. Yo quería ser militar a toda costa, era vocación lo que sentía”, introdujo.

Él es el menor de 5 hermanos, con quienes salía en busca de trabajo para ayudar a la familia: “Lustrábamos botas, vendíamos billetes de lotería. Mis padres fueron excelentes y muy trabajadores, por eso siempre le dábamos una mano. Cuando les conté que me había inscripto en la Armada se entristecieron, pero me apoyaron para seguir el camino que me gustaba y como era menor de edad tuvieron que firmar las autorizaciones”, contó.

Así, rindió los exámenes y partió a Buenos Aires, a un mundo nuevo y desconocido para él. “Era chico, pero pensaba como un adulto. Fue duro salir de la provincia por primera vez, pero lo hice. Aún recuerdo dejar atrás la imagen de mi papá en la estación, mirándolo desde la ventanilla mientras me iba alejando”, rememoró.

“Había muchos jóvenes reclutados, eramos seleccionados; y se me cayó el mundo cuando no quedé porque no quería irme. Me informaron que había lugar vacante para ser panadero y no lo dudé. Una vez que me enseñaron el oficio, nunca más me quise pasar de escalafón, me encantaba y adoro la especialidad hasta el día de hoy. Así me hice panadero en la Armada”, enfatizó.

Hizo 31 años de su carrera en Puerto Belgrano, al sur de la provincia de Buenos Aires, donde trabajó en diferentes destinos y sumó experiencias de navegaciones a bordo de los buques de la Flota de Mar. Su primer pase, una vez egresado de la Escuela de Suboficiales de la Armada, fue en la cocina del Cuartel Base donde pudo continuar aprendiendo. Luego la carrera le asignó desafíos y responsabilidades cada vez más grandes, y a medida que avanzaba en jerarquía lo hacía en su profesión, perfeccionándose en el arte de amasar.

El pan, en todas sus formas, es uno de los alimentos más antiguos y expandidos alrededor del mundo. El oficio de panadero es una profesión que requiere una dosis de vocación, de formación y mucha práctica. Ellos crean todo tipo de elaboraciones panaderas como son la bollería, empanadas, tortas, y derivados de las masas dulces y saladas.

El aditivo de desempeñarse como panadero naval, es hacerlo en el ámbito del mar. El Suboficial Mayor Gustavo Maturano estuvo embarcado en los destructores ARA “Hércules” (hoy transporte multipropósito) y ARA “La Argentina” en el que conoció países como Brasil y Uruguay; y en la fragata ARA “Libertad”, que cuenta con un sector de panadería propia independiente del de la cocina.

Hizo 3 Campañas Antárticas de Verano (CAV) en comisión: dos a bordo del rompehielos ARA “Almirante Irízar” a mediados de los ‘90 y una en el buque oceanográfico ARA “Puerto Deseado” en la CAV 2000/2001, donde se lució a bordo, ya que estas grandes embarcaciones cuentan también con un espacio exclusivo de panadería. Cabe destacar que el personal embarcado es de 200/300 personas a bordo, donde la cocina y la panadería se convierten en verdaderos sostenes logísticos de la numerosa tripulación. “Conocer la Antártida fue la gran novedad en mi carrera. Contemplar la belleza impresionante del hielo una y otra vez, porque no te cansás de verlo, te enamora, siempre es lindo. Disfruté de todos los viajes que hice”, sostuvo.

También destacó su participación en una Misión de Paz de la ONU en la República de Haití en conjunto con otras Fuerzas Armadas argentinas y extranjeras en el 2015: “El olorcito de lo casero atraía. Es un verdadero incentivo hacer pan y confituras, incluso hacía fideos y bizcochos caseros para animar a la tropa; crea otra atmósfera de trabajo”, relató sobre su experiencia.

Este oficio exige competencias generales y muy diversas, más allá de la simple elaboración del pan, para las que se preparan de forma adecuada: reposteros, pasteleros, especialistas en variedad de productos listos para lo cotidiano y las diferentes comidas del día. “En cada destino cuando tuve gente a cargo les enseñé t pude transmitir mi experiencia profesional.

Hoy los productos artesanales han hecho renacer este oficio que había perdido interés para los jóvenes debido a sus duros horarios y la inclinación hacia otras especialidades. “El trabajo del panadero generalmente es por la noche, recuerdo trabajar de madrugada cuando estaba embarcado” expreso.

Entre sus especialidades, Gustavo nombró los panes de campo, de leche y saborizados, la masa para tartas y empanadas, los tallarines de morrón y espinaca, y los ravioles caseros. Las palmeritas, medialunas, vigilantes y cuernitos, los alfajores de maicena y la realización de tortas, cuando en navegación algún tripulante cumplía años. “Hacía todas las masas sin conservantes, y mi fuerte son las facturas hojaldradas”, apuntó.

Su comida preferida es el asado y las albóndigas con papas; pero recuerda con mucho cariño y deleite las empanadas caseras de su mamá en San Juan, que las cocía en el horno de barro. De su provincia hace semitas, que es un pancito con chicharrones, y sopaipilla cuyana, nombre que recibe la tortafrita. “Nunca modifiqué mi tonada sanjuanina en estos años, ni dejé de recordar las comidas típicas, tradiciones y costumbres de mi provincia; jamás me dejaron de interesar. La vida en San Juan es familiera y son muy unidos; eso se extraña”, relató con emoción.

Una vida en la Armada Argentina

La carrera Naval de Gustavo Maturano está culminando, este año transita los últimos meses de su profesión y no puede dejar de añorar los momentos vividos.

“Hoy soy Suboficial Encargado del Departamento Abastecimientos, conduzco a unas 50 personas de servicios y logística. Ya no me dedico a hacer pan, como en mis primeros años, porque la especialidad requiere en las jerarquías avanzadas, una tarea de liderazgo y administrativa con más responsabilidad. Estoy en Mar del Plata hace 4 años, es la primera vez que me tocó un destino fuera de Puerto Belgrano, y la ciudad me encanta”, expresó.

Este marino sanjuanino se siente también puntaltense, ya que vivió en Punta Alta, ciudad cercana a la Base Naval Puerto Belgrano, durante más de 30 años. Allí formó su familia, tiene su casa y tuvo 3 hijos con su esposa mendocina, los cuales le han dado 5 nietos. “Verónica, Ezequiel y Maximiliano son mi orgullo, dedicados al estudio y al trabajo; me saco el sombrero con la vida que llevan”, dijo. Todos nacieron en Punta Alta y viven allí, a excepción de Verónica, quien -como él- se encuentra en Mar del Plata.

El más chico de sus hijos, que hoy tiene 24 años, fue quien lo hizo abuelo primero, y el único que siguió sus pasos en la Armada: es Maquinista Control Averías hace 4 años; Dana y Alma son sus hijas. Verónica, de 30 años, es Licenciada en Seguridad e Higiene Industrial, se casó con un Oficial de Marina con quien le dio otro nieto, Agustín. Zoe y Santino son los nietos por parte de Ezequiel, el hijo del medio, quien tiene 27 años y es Enfermero en Bahía Blanca.

Al hablar de su esposa Valeria, destaca con admiración que “es una compañera excepcional. Todo lo hemos hecho entre los dos, y ha sido el pilar importante en mi carrera”.

Aseguró que el retiro le traerá más tiempo para dedicar a la familia, especialmente a los nietos, a su hobby de armar acuarios con plantas naturales y de viajar a San Juan para ver a su mamá y hermanos que aún viven en Rawson. “Voy a extrañar mi vida en la Armada porque aquí me he sentido muy contento y orgulloso. Seguiré llevando el uniforme en el alma y el corazón; y espero también haber sido un buen ejemplo para los más jóvenes”, concluyó.

Lic.María Silvina Rosas – Mar Adentro – Gaceta Marinera