Durante 1982, dos vecinos de un pequeño pueblo bonaerense se encontraron en medio de la operación de rescate tras el hundimiento del crucero ARA “General Belgrano”. Esta es la historia.
Para el 3 de mayo, el cabo primero Blas Fernández seguía resistiendo la furia del mar desde una balsa salvavidas. Compartía el escaso espacio con otros 20 camaradas que, como él, habían conseguido abandonar el crucero ARA “General Belgrano” antes de que se hundiera.
Blas era conocido como “Copetonas” en referencia a su pueblo natal, situado al sur del partido bonaerense de Tres Arroyos. Allí vivió y se crió hasta que ingresó a la Armada el 22 de enero de 1974.
Tras su paso por la Escuela de Mecánica de la Armada, egresó como maquinista y fue destinado al crucero ARA “General Belgrano” en 1976. Ya para 1982 formaba parte de la “dotación vieja” de la Unidad. Así les decían a quienes sumaban años de experiencia en el buque.
“Los de la dotación vieja nos conocíamos todos; navegando éramos una familia”, cuenta sobre la convivencia dentro de ese gigante de acero que fue el “Belgrano”.
Blas tenía grabado en su cabeza cada rincón del barco, por eso la tarde del 2 de mayo, al sentir los impactos de los torpedos, salió rápido hacia su balsa de abandono. Junto con otros tripulantes la soltaron al agua, pero les falló. Tuvieron que desatar una de las que estaba sobre el borde de las torres, que cayó al revés. “Nos tiramos al agua y la dimos vuelta. Yo estaba de pantalón y camisa”, recuerda.
Había que sobrevivir. Las horas pasaban y los embates del mar se hacían cada vez más insoportables. En la balsa tenían tanto frío que se orinaban encima para sentir calor y evitaban dormir para no morir de hipotermia.
El martes 4 por la madrugada, Blas y sus compañeros escucharon el sonido de un avión sobrevolando el lugar. Era un Neptune de la Aviación Naval. Los habían encontrado.
Al mando del Capitán de Corbeta Julio Pérez Roca, la aeronave pudo constatar la ubicación de los náufragos y transmitírsela a las Unidades que patrullaban la zona. Gracias a esa información, el aviso ARA “Gurruchaga” logró rescatarlos horas más tarde.
Más allá de la felicidad, algo sorprendió a Blas cuando supo el nombre del resto de los aviadores de ese Neptune: figuraba su amigo de la infancia, el Teniente de Corbeta José Andersen, también oriundo de Copetonas.
Completaban la dotación el Teniente de Navío Luis Guillermo Arbini; los Suboficiales Oscar Rodríguez, Miguel Ángel Noell, José Ledesma, Juan Carlos Olivera, Celso Fossarelli; el Cabo Principal Ramón Leiva y el Cabo Primero Carlos Alberto Soria.
Al terminar el colegio secundario, José Alberto Andersen ingresó a la Armada como aviador naval. Blas y José se conocían de muy chicos, sus padres trabajaban juntos y por eso cuando el primero decidió unirse a la Armada, su amigo también analizó la posibilidad.
Para abril de 1982, la guerra en el Atlántico Sur lo encontró a Blas como maquinista del crucero ARA “General Belgrano” y a José integrando la Escuadrilla Aeronaval de Exploración (EA2E) como oficial de control operativo del Neptune.
Tras el ataque al crucero, la EA2E tuvo como una de sus misiones la localización de los náufragos desplegados en las balsas salvavidas. Para eso sobrevolaron la zona de hundimiento pese a la escasa visibilidad, la falta de combustible y el riesgo de ser descubiertos por fuerzas enemigas. Lo hicieron siguiendo un patrón de búsqueda basado en vuelos que simulaban un espiral cuadrado.
Pasado el mediodía del 4 de mayo divisaron la primera balsa, pero como no pudieron establecer correctamente su posición tuvieron que regresar a señalizarla. Volvieron y esta vez volaron en círculo sobre el lugar hasta que el radar del destructor ARA “Piedrabuena” detectó la posición.
La respuesta de los aviadores fue impecable. Los náufragos estaban a unos 100 kilómetros de donde había sido atacado el “Belgrano” y la Escuadrilla consiguió ubicarlos en menos de 24 horas. Durante la operación, José nunca supo que en una de esas balsas su amigo de la infancia peleaba por seguir viviendo.
Luego de ser rescatado, Blas fue trasladado a Ushuaia y después a Puerto Belgrano. Una vez repuesto volvió al servicio activo. Siempre mantuvo un contacto asiduo con José, pero nunca volvieron a verse.
Pasaron los años, traslados y comisiones. Blas se retiró de la Armada y eligió la ciudad de Punta Alta para residir. José, por su parte, se mudó a Ushuaia.
Finalmente, el 2 de abril de 2012 el encuentro que tanto esperaban sucedió. El pueblo que los vio nacer organizó un acto por los 30 años de la Guerra de Malvinas y allí se fundieron en ese abrazo postergado. Más que un gesto, fue el broche de oro para una hazaña imborrable. Todo Copetonas acompañó el reencuentro.
“A la sociedad le hace bien escucharnos y a nosotros nos hace bien contar nuestra historia”, decía Blas hace unos años. Sin dudas, aquellos días envuelven un testimonio vivo de coraje y hermandad, testigos del reclamo soberano sobre las islas y motor de impulso para las nuevas generaciones que encuentran en ellos un ejemplo de entrega y valentía patriótica.
Gaceta Marinera