A sus 75 años, el argentino César Aira, oriundo de Coronel Pringles, sigue construyendo su propio mito, que le ha valido fans de todo el mundo gracias a su mezcla de surrealismo, erudición y humor. Lo que Patti Smith llama su “ojo cubista”.
“Cada octubre, hasta mi muerte, voy a tener que soportar esto”, bromeó César Aira en uno de los escasos reportajes que concede y sólo a medios extranjeros. Fue la revista brasileña Piauí, y tampoco fue exactamente un reportaje, sino más bien un perfil, enriquecido por su conversación, a propósito de su eterna candidatura al Nobel.
En esta edición, que se anuncia el jueves al mediodía, su nombre aparece séptimo, octavo o noveno, siempre dentro de los diez primeros, según las distintas casas de apuestas.
Pero el autor y traductor, vecino del barrio de Flores, apunta ahí a las ventajas de semejante insistencia. “A veces, la candidatura me es útil. Por ejemplo, ahora vivimos en un apartamento más lujoso, uno un poco más allá de mis circunstancias —le dijo al periodista Alejandro Chacoff—. Y me alquilan porque ven que soy candidato al Nobel”.
Tan célebre como anónimo, Aira desmiente la antipatía que puede malinterpretarse de su cultivado perfil bajo con la sonrisa que exhibe en las fotos. Selfies que circulan cada tanto, aunque menos que sus libros, cuando los lectores lo reconocen en el barrio, o en algún extraño evento público.
Su forma catártica de producir, y sus títulos publicados por diversas editoriales, hacen a una obra tan difícil de apresar como de catalogar. En el reportaje citado muestra además sus estantes llenos de manuscritos inéditos: según él, más de cuarenta.
Como otro candidato al Nobel de presencia esquiva, Thomas Pynchon, y aunque menos extremo que el legendario JD Salinger, del que apenas se conocieron una o dos imágenes (una de ellas tapándose la cara), Aira es el escritor tímido que habla a través de sus libros.
Es una lástima que no conceda entrevistas a medios locales, y muy de vez en cuando a extranjeros, porque es brillante, ocurrente y divertido hasta la carcajada. Pero, para alegría de sus lectores, aparecen nuevos títulos suyos todos los años, a menudo en la forma de novelas muy breves.
Y aunque buena parte de su trabajo se encuadre, en apariencia, dentro de los límites de la narrativa y la novela convencional, sus textos tienen un corazón disruptivo y experimental que lo entronca con autores más extremos, y hasta malditos, como su amigo Osvaldo Lamborghini, de cuya obra Aira está a cargo.
Mencionar títulos como La guerra de los gimnasios, o Cómo me hice monja, La luz argentina, los cuentos reunidos bajo el título del relato El cerebro musical, o La liebre, o más acá Varamo, o El Pelícano, entre tantos y tantos más, remite sin duda a momentos únicos de felicidad y diversión lectora
Fuente: TN.