La demencia canina, conocida como síndrome de disfunción cognitiva (SDC), es un trastorno neuroconductual progresivo que afecta principalmente a perros de edad avanzada y representa un desafío creciente para dueños y veterinarios.
El aumento de la esperanza de vida de las mascotas, gracias a los avances en medicina veterinaria y nutrición, ha hecho que esta enfermedad sea cada vez más frecuente, especialmente en perros a partir de los diez u once años. Estudios citados por especialistas indican que hasta el 60% de los perros mayores de once años presentan algún grado de deterioro cognitivo, y que la cifra puede alcanzar al 68% en animales de entre quince y dieciséis años.
El SDC provoca un deterioro progresivo de la memoria, el aprendizaje y el comportamiento, y va más allá de los cambios normales asociados al envejecimiento. Comparte similitudes con la enfermedad de Alzheimer en humanos, tanto en los síntomas como en los cambios cerebrales, como la acumulación de placas amiloides y alteraciones en las proteínas neuronales. La aparición gradual de los signos dificulta su detección temprana, lo que suele retrasar la intervención y el manejo adecuado.
Entre los síntomas más frecuentes se encuentran la desorientación en espacios familiares, cambios en la interacción social, alteraciones del ciclo sueño-vigilia, ensuciamiento de la casa, disminución o aumento anormal de la actividad, ansiedad, irritabilidad y, en algunos casos, agresividad. También pueden aparecer conductas como perderse dentro del hogar, no reconocer a personas o animales conocidos, mostrar menor interés por el juego o los paseos, deambular durante la noche o tener dificultades para obedecer órdenes. Estos comportamientos suelen confundirse con el envejecimiento normal, lo que refuerza la importancia de la observación y el control veterinario.
El diagnóstico del SDC es complejo, ya que no existe una prueba única ni biomarcadores confiables, y la confirmación definitiva solo es posible mediante estudios cerebrales post mortem. En la práctica clínica se utilizan escalas de evaluación y cuestionarios que permiten medir la gravedad de los síntomas, siempre acompañados de una evaluación veterinaria completa para descartar otras patologías con signos similares, como el síndrome vestibular.
Si bien no existe una cura, la intervención temprana puede ralentizar la progresión de la enfermedad y mejorar la calidad de vida del perro. Las recomendaciones incluyen mantener rutinas estables, adaptar el entorno del hogar, estimular la mente y el cuerpo con juegos y ejercicios, y ajustar la alimentación con nutrientes específicos. También pueden utilizarse medicamentos y terapias complementarias para tratar síntomas asociados. Además, el estudio de la demencia canina resulta relevante para la medicina humana, ya que los perros de compañía constituyen un modelo valioso para investigar enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer.
Fuente: Infobae
