Por Fernando Fred Quiroga
Extraño es el destino que hace que, caminando por las calles de los Estados Unidos, me entere de la muerte de José Tótoro. Sopesando el tiempo y la distancia, para mí es una pérdida más que considerable. Hace poco nos habíamos comunicado; siempre positivo y ameno, editorializaba con júbilo sobre mi estadía en Miami.
Nuestra amistad nació el día que mis padres lo consideraron de la familia, sin embargo al transformarse en un acérrimo defensor de la cultura local, nos “hermanamos”, fuertemente, durante los doce años que tuve el privilegio de llevar adelante los destinos de la Dirección de Cultura.
En mi tránsito por la comuna, José fue una columna fantástica para mi, crítico y defensor a la vez, fue sombra de seguimiento de las propuestas dinámicas y luz en la ejecución de las políticas; fue nombrado “Referente Cultural”, y claramente redefinió situaciones identitarias del distrito, tal vez como ningún otro en la vida.
Reinterpretó la historia de la ciudad con humilde formación, pero sublime inteligencia. Decía que se había transformado en “leído” de grande, a lo que yo le respondía que en todo caso era innecesario, porque la inteligencia siempre la había tenido, ya que ésta es la capacidad de sortear situaciones problemáticas, y no el acopio de saberes universitarios…
José primero fue inteligente, y en segunda instancia, un “Rapsoda” del ser rosaleño.
Fue el primer historiador empírico del distrito, o por lo menos el primero que se animó a escribir nuestra historia local; porque Federico Merodio (otro gigante) la narraba oralmente, también con bella parsimonia.
Lo que Merodio fue para la revolucionaria gestión cultural de Néstor Francischelli, lo fue José para la mía; un tipo que a través de las anécdotas y las alegorías simples, complementaba el virtuoso trabajo del
Archivo Histórico Municipal.
Querido Luis, permitime a través de estas pocas líneas, saludar a los deudos de José, no sólo a su familia, sino a cada uno de los rosaleños que le deben (tal vez sin saberlo) un ápice de la historia que nos define a todos.
Escritor, historiador, referente, entusiasta con la revolución a flor de piel (condición que aún ejerce otro de nuestros gigantes, el Licenciado Sergio Soler), el hombre que se autodefinió como “Ferretero y Amigo”, fue mucho más que eso, fue un deliberado gestor de nuestra identidad.
“Pepe Recuerdos” acaba de ingresar al panteón de los notables de nuestro tiempo palpitante.
Punta Alta lo recordará como un entusiasta hacedor, un administrador de memorias, un hombre que hizo de la autosuperación una carta de presentación única.
Hagamos que su sueño se haga realidad; un Coronel Rosales creciente, sin distinción de banderías internas, para que brille en el mapa del
sudoeste bonaerense las virtudes de esta linda “Patria Chica”, o como el llamó a nuestro terruño, “El Pago Arenero”
Su vida no habrá sido en vano si hoy, cada uno de nosotros, elige volver a querer un poquito más a Punta Alta.
A la distancia, pero con el corazón mirando al sur, abrazo Su Memoria.
Por siempre.
Fernando Quiroga