Mientras navegaba por el Mar de Weddell, en la cubierta 05 del rompehielos ARA “Almirante Irízar” se podía apreciar la presencia de científicos.
Seis cubiertas más abajo, y de manera menos visible, otro grupo de investigadores también trabajaba de manera incansable en los laboratorios.
Si bien el “Irízar” no es un buque científico, después del siniestro sufrido en 2007 atravesó un proceso de modernización por el que, al agregarse capacidad científica, pasó de ser una unidad principalmente logística a convertirse en multipropósito.
De contar con un solo laboratorio de 70 m2 de superficie se ampliaron a 13 los laboratorios con 440 m2; pensados inicialmente para hacer tareas científicas de química, microbiología, biología marina y oceanografía.
Además, el guinche oceanográfico de la unidad tiene la particularidad de poder emplear diferentes redes para tomar muestras de fondo y de fauna marina, con el objeto de determinar características de índole migratoria y de estudio general de las especies. Posee también un sistema que obtiene información física de sedimentos y una campana en el laboratorio de química que permite un ambiente aislado para activar reacciones químicas.
Por otro lado, el puente de observación –cerrado y calefaccionado– brinda la posibilidad de tener un espacio amplio con una visual óptima para observaciones científicas, tales como las que se desarrollaron en esta Campaña Antártica de Verano durante la navegación por el Mar de Weddell. Durante las 24 horas, con rotación de los observadores, se realizaron relevamientos desde a bordo de aves –como petreles, skuas– y mamíferos antárticos (ballenas, orcas, focas leopardo, entre otros) a fin de crear una base de datos de la distribución y abundancia de los mismos en el Continente Blanco.
Esto permitirá, posteriormente, estudiar las relaciones y dependencias de las especies observadas con las variables oceanográficas; identificar y localizar las áreas de mayores agregaciones (importantes para sus ciclos de vida) y sus posibles variaciones espaciales y temporales. Asimismo, permitirá analizar las tendencias poblacionales como resultado de cambios ambientales durante las últimas dos décadas.
Microbiología antártica
Mientras tanto, en los laboratorios del rompehielos, el doctor José Luis López y el licenciado Nicolás Antonio Napolitano desarrollan proyectos de microbiología antártica en el laboratorio Nº 2, siete cubiertas más abajo del puente de observación.
El licenciado Napolitano es becario doctoral del CONICET y doctorando de la UBA en el área de Virología; mientras que el doctor López –profesor regular en la cátedra de Virología de la Facultad de Farmacia y Bioquímica y del Instituto de Bacteriología y Virología Molecular (IBAVIM) de la Universidad de Buenos Aires– fue formalmente invitado a participar del proyecto en el marco de un convenio que tiene el Instituto Antártico Argentino (IAA) con la facultad a la que pertenece.
Durante horas, ambos investigadores permanecen en el laboratorio donde efectúan, casi a diario, tomas de agua de mar superficial, de alrededor de 6 metros de profundidad, a través de un sistema de bombeo que tiene el buque ubicado en la sala de máquinas. Esa agua luego es filtrada en serie sobre membranas (de 5 y 0,2 micrones) a fin de extraer el material genético de los microorganismos retenidos sobre los filtros.
Esta tarea les permitirá desarrollar más de un proyecto. Uno de ellos, en colaboración con el IAA, es el de detección de microplásticos efectuando el muestreo en agua de mar superficial en el ambiente antártico. Las membranas del proyecto microplásticos se secan al aire y se conservan a temperatura ambiente con el fin de determinar su presencia y composición. Este proyecto a nivel internacional tiene como objeto el control de la contaminación marina a lo largo de todo el mundo, incluyendo la Antártida.
El proyecto microbiológico, en tanto, está enmarcado en el estudio de la coevolución virus hospedador. “En particular, dentro del mismo estamos realizando la prospección de genes de interés biotecnológico. Estos son, genes de endolisinas (antibacterianos) y genes de rodopsinas virales (fotosensores microbianos)”, destacó el doctor López.
De los dos genes que tienen bajo la lupa, el de la endolisina es una enzima que usan los virus para que, después de multiplicarse dentro de la bacteria, puedan romperla; es decir, que es un bactericida propiamente dicho. Mientras que el de la rodopsina es un sensor de luz.
Una vez en el continente, en los laboratorios del IAA y de las cátedras de Virología y Biotecnología de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA, la caracterización de los genes de interés continuará con la determinación de su secuencia genética, clonado molecular y expresión en sistemas heterólogos, es decir, un organismo distinto del que le dio origen a ese gen. Esta manipulación del material genético es un proceso que se denomina tecnología del ADN recombinante o biotecnología moderna.
Finalmente se proyecta, a largo plazo, la aplicación biotecnológica para usos cotidianos muy deseables y en diversas áreas productivas como, por ejemplo, la industria cárnica.
“El paso de la obtención de la muestra es determinante del resto del proyecto, porque difícilmente se acceda a esta latitud con algún otro medio que no sea este buque. No hay mucha gente dentro de la comunidad científica que tenga este tipo de movilidad para acceder a estos recónditos lugares de la Antártida”, explicó el doctor López.
“Claramente, es una conquista que el ‘Irízar’ haya sumado capacidad científica porque eso le da mayor trascendencia. Creo yo que no solo es lo logístico lo que lo posiciona en el lugar que tiene, sino que además su capacidad científica lo pone en otro nivel, en una instancia superior, porque no hay muchos países que tengan unidades con estas facilidades”, señaló.
Gaceta Marinera