“Estoy sola acá adentro en la escuela”, afirma Mónica Tortone, 47 años, docente rural que tiene a cargo el Jardín de Infantes en la escuela del paraje El Balde, en el Meridiano V, el lejano y solitario límite entre Buenos Aires y La Pampa, en el Partido de Rivadavia.
La escuela está cerrada hasta el 31 de marzo por la cuarentena del coronavirus, pero ella debe permanecer allí. De lunes a viernes está sola en un paraje donde se convierte en la única habitante.
“Las familias están en el campo, saben lo que está pasando en el mundo, ven las noticias, son muy limpios y respetuosos con la pandemia”, afirma. Para que sus cuatro alumnos continúen el ciclo lectivo, se acerca a las casas para dejarles la tarea. “El problema son los caminos, muchos intransitables, con mucha agua”, reconoce.
Los caballos, el horizonte interminable y la soledad propia de estar en la frontera, acompañan a Mónica en su confinamiento. “Estamos acostumbrados de quedarnos aislados”, reconoce. La Colonia El Balde tiene alrededor de veinte familias que viven en el ejido rural, tierra adentro.
“El problema es la conectividad. Tenemos mucho soporte online, pero sólo una familia tiene internet”, afirma. La señal telefónica, es nula. Pocos llegan hasta aquí.
“Están informados mirando la televisión”, señala Mónica. El problema que se plantea es que los niños no pierdan la continuidad del ciclo lectivo. El Consejo Escolar le envió cuadernillos impresos.
“Nunca se vivió una situación así”, reconoce. La soledad es su natural compañía, pero la escuela es el punto de encuentro por excelencia. Tanto la primaria, como el Jardín, concentran la poca actividad de un paraje ubicado en el corazón de un mapa olvidado.
“Estoy viendo de hacer un acompañamiento presencial, ir hasta la casa de mis alumnos y llevarles la tarea, estar con ellos”, sostiene. “Nos comunicamos como podemos”, cuenta.
“Tengo una familia que nos separa una laguna, pero nos encontramos en un punto medio, donde les entrego la tarea”, completa. De esta manera, los alumnos no pierden la continuidad educativa.
El Balde está a 20 kilómetros de Roosvelt, el pueblo más cercano. Cuando los caminos están buenos, pueden tener comunicación, sino, no hay forma de salir del paraje.
En estos días, ha llovido alrededor de 200 mm, la situación es de aislamiento. “Las familias saben que estoy sola, y también que pueden contar conmigo si llega a pasar algo”, afirma. Todas las provisiones deben buscarla en este pueblo. La frontera se siente cerca, las distancias son grandes.
Mónica tiene su casa en General Pico, La Pampa, a 120 kilómetros de distancia, los fines de semana que el camino lo permite, regresa, sino debe quedarse en la escuela. “La noche es hermosa, la Luna, en cualquiera de sus fases, las estrellas parecen formar un dibujo, veo tantas luces, y hay tanto silencio”, describe su vida en soledad.
“Un peludo me mira todos los días, está esperando que me vaya para hacer su agujero”, confiesa. El Consejo Escolar no la deja sola y le provee de aquello que necesita, tiene filtros para potabilizar el agua, que suele ser muy dura, proveniente de molinos.
Ante una situación nacional inédita que ven desde sus televisores “cuando no hay cortes de luz”, los pocos habitantes de El Balde permanecen en sus casas, aunque se visitan y comunican. “Nos encontramos para darnos la tarea, saben que estoy en la escuela. Entre todos estamos unidos y comunicados a pesar de las distancias”, concluye Tortone desde la solitaria escuela perdida en la frontera. (Proyecto Pulperia)