“Mi vida está acá, en la Armada; esta es mi casa”

Cada 15 de octubre se celebra un nuevo aniversario del Día del Escalafón Técnico. Hoy se cumplen 69 años desde su creación, los mismos que tiene el Capitán de Navío Alejandro Padilla, actual Jefe de Servicios Municipales en la Base Naval Puerto Belgrano.

Desde su ingreso a la Armada con tan sólo 15 años y hasta la actualidad, “Padi” –como la mayoría lo llama– supo dejar su impronta en cada destino naval en el que estuvo destinado. Primero, desempeñándose como suboficial electrónico radiooperador, y durante los últimos 32 años como oficial técnico. El Capitán Padilla es el más antiguo de su Escalafón.

Su extensa trayectoria lo destaca como líder idóneo. Un brillante matemático que sorprendió a sus superiores desde los primeros años de carrera, de superlativa inteligencia práctica y, más valioso aún, con una inquebrantable voluntad de trabajo y humanidad.

Nació en el barrio de Palermo en noviembre de 1951 y creció entre José Mármol –pueblo del que su abuela es fundadora–, Temperley y la Zona Sur del Gran Buenos Aires. Criarse en la localidad de “Almirante Brown” marcaría su destino en la Marina y relata así el primer indicio que lo acerca a la Institución.

“Mi amor por la Armada comienza el mismo día que nací”, introduce el Capitán Padilla. Contó que fue prematuro, su mamá tuvo un accidente en tren, el parto se adelantó, y sus tendones –entre otros órganos– no se habían formado. Los médicos navales le salvaron la vida y operaron sus piernas.

Continuó su relato con la sucesión de los hechos que inevitablemente lo llevaron a la Armada. Como proviene de una familia humilde y trabajadora –su papá era suboficial de la policía de la provincia de Buenos Aires y su mamá costurera–, de pequeño trabajó en el almacén de un marino que le contaba historias de la Armada; con ese relato y el de un buen amigo, quien ya había ingresado a la Fuerza, decidió su destino.

“Mis papás no estaban tan contentos al principio, era chico y dejé el secundario cuando completé el ciclo básico para ser técnico electrónico en la Escuela Nacional de Educación Técnica Nº 1 ‘2 de abril’ de Temperley”, relata, convencido de que a las personas les aguarda un destino prefijado y “que se van alineando los planetas y las oportunidades para desarrollarnos; lo digo porque es en la Armada donde termino de descubrir la electrónica.”.

Luego, sus padres se sintieron muy orgullosos por sus logros y por dejar huella en la Institución, llevando aquello con lo que estaba hecho y que traía de casa. “El cerebro de los Chialva y la educación de los Pereyra Iraola, que apadrinaron a su madre desde pequeña”.

De esa manera, ingresó en 1968 a la Escuela de Marinería de la Armada, por esa época en la Isla Martín García, y al año siguiente cursó en el Centro de Formación Gurruchaga, en Río Santiago. Desde entonces sirve con vocación a la Patria como el primer día, y agradece todo a la Institución: pertenencia, formación, la oportunidad de ser marino y poder dedicarle su vida entera. “Mi vida está acá, en la Armada; esta es mi casa”, declara.

El Capitán Padilla, ha sido testigo de una Armada de cruceros y portaaviones, de grandes navíos y largas navegaciones, de innumerables destinos en la Flota de Mar y en el extranjero, entre los que se destaca su Viaje de Instrucción alrededor del mundo a bordo del crucero ARA “La Argentina” (1971), ser parte de la primera tripulación del destructor ARA “Piedrabuena” (1977), participar de la Guerra de Malvinas a bordo del destructor ARA “Santísima Trinidad” siendo Cabo Principal, y la indeleble comisión en su memoria a Portsmouth (Reino Unido) donde realizó el Curso de Guerra Electrónica, se capacitó en comunicación de circuito cerrado de televisión, y vivió cerca de un año allí con su familia, cuando fue Suboficial Segundo.

Y pensar que lo primero que le enamoró de la Armada, confiesa, “fueron las polainas blancas que se usan en los desfiles militares”, marca el amor al uniforme y la bandera. También contó que estuvo 12 años en el destructor ARA “Hércules”, y otros tantos en el crucero ARA “9 de julio”, destructores ARA “Storni”, “Bouchard”, “La Heroína”, y la corbeta ARA “Espora”.

“Cuando uno navega, la vida a bordo nos enseña la necesidad de unión entre unos y otros, desde el Marinero al Comandante, lo importante que somos todos; es el espíritu de cuerpo y hermandad como elemento cultural distintivo de la Marina. En la cámara –lugar donde se reúnen los marinos en navegación– se refleja la vida de relación y tradiciones, y ese espíritu característico”, enfatiza el Veterano de Guerra de la Armada.

Malvinas representa un hito en la historia naval; sin embargo, en su vida personal implicó un deber más cumplido: “Tenía 29 años…puedo decir que no me considero un héroe porque hice lo que debía. Lo primero que uno siente es naturalmente miedo, pero el adiestramiento te ayuda a pensar. En la isla nos encargamos de colocar las primeras estaciones y equipos de comunicaciones.”.

En su carrera como suboficial hasta 1989, también se destacó desarrollando aspectos innovadores en la Armada como hacer el Curso de Degaussing y participar en la construcción de las primeras estaciones en La Plata: “Se tenía en cuenta la actividad magnética del planeta en relación al material naval, su construcción y actividades”.

Sus valores guían sus acciones. De chico siempre le gustó motivar a otros y ayudarlos en el estudio con lo que podía; “debo dar ejemplo de corrección, firmeza, moderación y equidad y son las cualidades cardinales a las que aspiro”, aseguró. Tiene muchas medallas, títulos de reconocimiento, fotos de su niñez y en la Armada.

Contó que otros destinos en tierra fueron la Escuela de Suboficiales de la Armada; la Escuela Naval Militar; el Arsenal Naval Puerto Belgrano, y las Escuelas de Armas (ESAR) y Técnicas y Tácticas, (hoy fusionadas en el Centro de Instrucción y Adiestramiento en Técnicas y Tácticas Navales). Recuerda con cariño su paso por la ESAR donde fue Jefe del Departamento General y del Laboratorio de Electrónica, e incluso, Subdirector Interino, entre 1999 y 2001.

Sus últimos años de Armada: trabajo cotidiano y porteños recuerdos

Desde el 2015, el Capitán de Navío Alejandro Padilla es el Jefe de Servicios Municipales de la Base Naval Puerto Belgrano (BNPB), Departamento que incluye los Montes Frutales y el Vivero. Allí las actividades diarias comprenden el mantenimiento de los espacios verdes como parques, plazas, y avenidas, sus bronces y arbolados con trabajos de poda, corte de césped y recolección de residuos de varios destinos dependientes de Jefatura de Base. Brinda también su apoyo y asesoramiento a todos los destinos de la zona 75: la BNPB, la Base Aeronaval Comandante Espora y la Base Infantería de Marina Baterías.

“Que la Base esté tan linda es por el trabajo humano de las 46 almas de este Departamento”, sentencia. Padilla está a cargo de ellos y da valor a cada uno, como aprendió a lo largo de su carrera. “Como en una tripulación embarcada, cada destino nos permite conocer a las personas y su trabajo. Y debemos aprender de los otros, porque uno es parte del equipo donde prima el trabajo en conjunto porque somos miembros concomitantes”, ajustó.

Por ello, no tiene problemas en colocarse el overol, cargar y tomar la pala, ir y venir. Padilla es inquieto, esboza algunas ideas sobre el liderazgo, y reflexiona sobre su función actual: “Ser Jefe es ser un líder idóneo –más que natural y formal, aclara– donde importa la preparación y la experiencia, más que los títulos”.

Montes Frutales produce frutas y verduras, y además, crea vínculos con la comunidad de Punta Alta, ciudad cercana a la BNPB. “Se producen 500 kilos por año”, comenta Padilla. “El valor agregado de la función social es vincular convenios entre la Armada e instituciones como el Centro Integral del Discapacitado (CINDI), donde son los chicos con capacidades diferentes los que atienden los huertos y el predio”, agrega.

“Es un placer caminar la tierra que pisó el Ingeniero Luis Luiggi, lo que vislumbró en estas tierras desiertas, como esta zona de frutales diseñada con riego de acequias de concreto surtidas por tanques de agua –y que fueron transformándose por cierto–; lo destacable es que proyectó un modelo de país, y de lo que se deseaba”, afirma Padilla.

Expresa que está feliz haciendo el trabajo que hoy realiza, “es muy similar al que hicieron mis abuelos gallegos, los Guerra, en la localidad de José Mármol…trabajar la tierra, y hacerla crecer”. Labor que emprende con ímpetu de progreso, el sello de su linaje materno.

Alejandro recorre el predio del Vivero, donde se producen plantas y flores ornamentales para embellecer la Base Naval; muestra los nuevos invernaderos, sabe de germinados, masetas y terrenos. Lo acompaña el Teniente de Fragata Joaquín Velázquez, quien también porta el fondo marrón en la jineta de jerarquía, es oficial técnico y aprendió mucho junto a “Padi”.

El Escalafón Técnico comprende características versátiles. Los oficiales que a él pertenecen pueden prestar servicios en cualquier comando, organismo o dependencia de la Armada, y con el correr de los años las actividades, funciones y tareas que cumplen se han incrementado, ampliado y enriquecido debido a las constantes exigencias y cambios en la Institución. A ello, se suman las necesidades cada vez más concretas y las demandas de contar con personal con conocimientos técnicos muy específicos y con gran experiencia práctica.

El 15 de octubre de 1953, nueve alumnos egresaron del Curso de Capacitación para el Ascenso de Suboficiales a Oficiales (CASO), constituyéndose en la primera promoción de Guardiamarinas del Escalafón Técnico y por ello hoy, homenajeamos a todos los Técnicos de la Armada y celebramos 69 años de aquel acontecimiento.

“Como oficial técnico nunca dejé de lado el haber sido suboficial. Siempre me importó el lugar donde desarrollarme y trabajar, y elegí hacerlo en la Armada”, concluye con emoción el más antiguo de los oficiales técnicos de la Institución.

Alejandro dedica horas a los predios de campo que dependen de Servicios Municipales, y lo que resta del día, el tiempo es para su familia. Enviudó de Nélida Margarita en el 2013, y lleva otra pérdida a cuestas, la de su hija Ana Marcela con 21 años; vive con su hijo Pablo de 44, a quien acompaña porque padece una enfermedad que lo dejó en sillas de ruedas; y completa la familia su hija mayor Carla, de 46 años, quien le dio la alegría de ser el abuelo de Agustín de 8 años. Quedan en su memoria sus antepasados, a los que evoca en cada anécdota, y las ganas de volver siempre a su tierra natal, lo que hace cada vez que puede: “Extraño oler el verde de casa, oler el verde”, repite, “y cuando regreso a mi pueblo me detengo a hacerlo y es por eso que estoy muy contento acá, en este espacio de trabajo, donde también huelo el verde de la naturaleza y me transporto al sur del Gran Buenos Aires”.

Gaceta Marinera