Argentina atraviesa una transformación demográfica histórica. Según las proyecciones oficiales del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec), el envejecimiento de la población se acelerará durante las próximas dos décadas y modificará profundamente la estructura social, económica y sanitaria del país.
La combinación de una fuerte caída de la fecundidad y un aumento sostenido de la esperanza de vida está llevando al país hacia un escenario inédito: menos niños, más adultos mayores y un crecimiento poblacional casi detenido.
El dato más contundente es el avance de la población de 65 años y más. En 2010 representaban el 10,6% de los habitantes, en 2022 llegaron al 12%, y para 2040 se proyecta que alcanzarán el 16,4% del total. Es decir, casi uno de cada seis argentinos será mayor. Las pirámides poblacionales muestran con claridad este proceso: la cúspide se ensancha y la base se estrecha, señal de que los nacimientos ya no compensan el envejecimiento.
Este cambio impactará directamente en la denominada relación de dependencia. Aunque la tasa total (que contempla jóvenes y adultos mayores) se reducirá, la carga relativa de las personas de 65 años y más aumentará. Esto supone un desafío concreto: habrá más demanda de cuidados, asistencia médica y servicios sociales para personas mayores. El país deberá reorganizar recursos, planificar infraestructura y fortalecer los sistemas de salud y protección social para sostener esta nueva realidad.
Otro de los motores del envejecimiento es el aumento de la esperanza de vida. Desde 1950 la tendencia es ascendente, interrumpida únicamente por el golpe de la pandemia de COVID-19. Según el Indec, la recuperación ya está en marcha y para 2040 la esperanza de vida al nacer llegaría a 78,7 años en varones y 83 años en mujeres. Además, la brecha entre sexos se achicará: será de 4,3 años, frente a los 5,4 previstos para 2025. Vivir más es un logro, pero también exige repensar el sistema previsional y el modelo de cuidados de largo plazo.
A la vez, la población argentina crecerá mucho más lento que en el pasado. Entre 2001 y 2020, el país sumó habitantes a un ritmo de 1,06% anual. Sin embargo, entre 2022 y 2040 el crecimiento será casi nulo: solo 0,16% por año. La razón principal es la caída abrupta de la fecundidad. Durante dos décadas, la tasa global de fecundidad se mantuvo estable en torno a 2,4 hijos por mujer, pero desde 2015 inició un descenso pronunciado: bajó a 2,1 en 2017 y se desplomó a 1,4 en 2022, por debajo del nivel de reemplazo generacional (2,1).
Ninguna provincia del país logra hoy reponer su población. Las causas van desde mayor acceso a métodos anticonceptivos hasta la postergación de la maternidad y la reducción de embarazos adolescentes. Recién hacia mediados de la década de 2030 se espera un leve repunte, si las mujeres que retrasaron su primer hijo deciden hacerlo a edades mayores.
Este descenso de la fecundidad ya está dejando huella en la estructura etaria. La población de 0 a 14 años pasó del 25,5% en 2010 al 22% en 2022, y se proyecta que caerá al 14,3% en 2040. Menos niños significa escuelas con menos matrícula, pero también la oportunidad de reasignar recursos hacia una mejor calidad educativa y mayor inversión en capital humano.
En paralelo, crecerá la población potencialmente activa (15 a 64 años): del 66,1% en 2022 al 69,3% en 2040. Este aumento abre una ventana económica, pero solo será beneficiosa si se acompaña de políticas de empleo, capacitación y modernización productiva. De lo contrario, el país podría enfrentar tensiones laborales y desigualdades crecientes.
El envejecimiento acelerado, la desaceleración del crecimiento y la transformación de la estructura de edades plantean un escenario inédito. Argentina entra en una etapa en la que deberá diseñar nuevas políticas de salud, previsión, educación y trabajo para responder a una población más longeva, con menos nacimientos y mayores demandas de cuidado. El 2040 está a la vuelta de la esquina, y los datos del Indec dejan claro que el futuro demográfico ya empezó.
Fuente: InfoCielo