Carlos creció en la Ciudad de Formosa fascinado por las películas bélicas, como casi todos los chicos a esa edad, y le llamaban mucho la atención, en particular, los buques y submarinos; fue cursando el secundario en el Colegio Nacional “Gobernador Juan José Silva”, donde despertó su real interés por pertenecer a la Armada.
“Un compañero dejó de ir al colegio y nos preguntábamos qué le había pasado, dónde estaba, hasta que nos contaron que había entrado a la Marina”, recordó respecto a cómo fue aquel primer contacto con la Fuerza que lo dejó pensando en esa posibilidad de un futuro profesional.
“Al año siguiente, nos sortearon para el Servicio Militar Obligatorio y esperaba que me tocara la Marina para hacerlo, pero me incorporaron al Regimiento de Infantería de Monte 29 del Ejército Argentino en Formosa. La experiencia me gustó mucho, pero yo seguía con la idea de que lo mío eran los buques, así que antes de terminar con el servicio militar me indicaron donde estaba la Oficina de Incorporación Naval de la provincia, y me fui a averiguar todo”, relata.
Carlos Alberto viene de familia numerosa, es el segundo de 9 hermanos; su papá trabajó en una empresa constructora como conductor y mecánico de vehículos, y su mamá fue una ama de casa dedicada a su familia. De sus hermanos, solo él continuó la carrera en la Armada, mientras que otro también viste uniforme, pero de la Policía Metropolitana de la Ciudad de Buenos Aires.
Carlos continúa con su relato, contando que la Delegación Naval más cercana se encontraba en Corrientes, y así programó un viaje para inscribirse, rendir los exámenes académicos, hacer los estudios médicos y esperar que lo llamaran. “El telegrama no llegaba, la ansiedad me llevó otra vez de Formosa a Corrientes, cruzando Chaco. Allí me enteré que estaba entre los seleccionados para viajar a Buenos Aires. Aún recuerdo que el viaje en tren duró 24 horas, pero yo estaba feliz”, apunta.
Ingresó a los 20 años a la Escuela de Suboficiales a principios de 1990 y se especializó en Máquinas. “Era habitual que, en esa época, el personal de la Escuela de Buceo buscara aspirantes navales para hacer los cursos de buceo general, es decir, que antes podías salir como ‘buzo de escuela’. Fue la primera vez que supe de ellos, pero dejé la capacitación para más adelante”, agrega. Como alumno se destacó en sus estudios y aptitud portando la jerarquía de Dragoneante Segundo con orgullo.
Al egresar, su primer destino fue en el entonces destructor ARA “Hércules”, donde estuvo durante 5 años. “Me encantaba navegar, recuerdo haber participado del ejercicio UNITAS en aquel tiempo, y viajamos a Brasil y Uruguay”, destaca. Al año siguiente, en 1996, decidió hacer el curso de buceo siendo Cabo Primero recién ascendido: “Lo inicié
como buzo táctico pero una operación de vesícula me dejó limitó a participar solo de las clases teóricas y cursando materias de salvamento; ahí empezó a gustarme la idea de ser buzo salvamentista, contando con el incentivo y apoyo de mis superiores”.
“Ser buzo es perseverancia y dedicación”
A Carlos Genez lo esperaba una vida profesional intensa, ya que al buzo de profundidad y gran profundidad se lo requiere para tareas de salvamento relacionadas al reflotamiento de embarcaciones y recuperación de materiales en el agua; control de hidrocarburos; salvamento de personas; realización de soldaduras subacuas, entre otras actividades.
Para entender la carrera, Carlos relata que la Armada Argentina cuenta con dos cursos regulares para instruir y formar a los buzos en la Escuela de Buceo, ubicada en la Base Naval Mar del Plata, quienes deben capacitarse y perfeccionarse constantemente para cumplir una misión según su especialidad ya que “el buceo no es un fin en sí mismo, sino un medio”, enfatiza el Suboficial Mayor.
Los buzos salvamentistas que pertenecen al SISA, tienen como finalidad planificar, organizar y conducir los medios subacuos de salvamento y de control de polución, a fin de salvaguardar al personal y unidades de la Armada. Se ocupan también de la investigación subacua, marítima y fluvial, y brindan apoyo a la comunidad.
Por otro lado, el personal que integra la Agrupación Buzos Tácticos compone una de las fuerzas especiales de la Armada y están capacitados para realizar misiones submarinas, abordajes, voladuras, marcados de playa, paracaidismo, recolección de información o relevamientos hidrográficos. Participan en las navegaciones de control de la Zona Económica Exclusiva como parte de la dotación de Visita, Registro y Captura; intervienen en operaciones especiales navales y conjuntas; y colaboran con tareas de búsqueda, rescate y salvamento.
Se identifica a los buzos salvamentistas –tanto a oficiales como a suboficiales y cabos– con el emblema de su escalafón: al centro una escafandra y un ancla naval, y dos hipocampos que representan una pareja de compañeros de trabajo y confianza mutua.
En el ámbito naval también se forma a los buzos fuera de borda, nadadores de rescate, quienes realizan buceo a menor profundidad, inspección de cascos y salvamento en el mar entre sus misiones más importantes. Los nadadores mantienen su especialidad naval de origen y se capacitan como rescatistas.
Cabe destacar también que la Escuela de Buceo de la Armada dicta instrucción en buceo para otras especializaciones como submarinistas, comandos anfibios, buzos del Ejército, grupos de operaciones especiales de Fuerzas de Seguridad y cualquier otro ente nacional que solicite una instrucción en buceo; también capacita a médicos y enfermeros hiperbáricos que engloba la actividad submarina.
Carlos se casó con Eliana en su Formosa natal y partieron un año a Mar del Plata, ciudad en la que inició su carrera como buzo. Luego fue destinado a la Estación de Buceo de Ushuaia donde permanecieron desde 1997 hasta el 2002 y allí nacieron sus dos hijas, Mariana y Gabriela.
En Ushuaia participó del buceo de intervención a gran profundidad, en la identificación y filmación del buque pesquero “Altair” en 1997. El Suboficial Mayor Genez recordó también los buceos de inspección y trabajos subacuas para el “Illia” en el mismo año y el “Somellera” en el ’98; 1999 lo encontraría con una navegación por la Isla de los Estados y Puestos de Vigilancia. “Después de 50 días regresé a casa, Marianita no me reconoció; pero nunca bajé los brazos. Uno entrega lo que es al servicio; la Armada es, para mí, amar a la Patria y tener vocación de servicio”, subraya.
Entre 2003 y el 2006 estuvo embarcado en el aviso ARA “Irigoyen” y otra vez fue destinado a Mar del Plata para desempeñarse, en esta oportunidad, como instructor en la Escuela de Buceo. Al año siguiente participó de la Campaña Antártica de Verano a bordo del rompehielos ARA “Almirante Irízar”, comisión que lo sorprendió gratamente.
En el 2010, finalmente, fue destinado al SISA, ubicado en la Base Naval Puerto Belgrano, destino en el que desde hace 4 años es Suboficial de Unidad. Su último gran trabajo como salvamentista fue en 2015 siendo requerido ante el hundimiento del buque pesquero “San Jorge I” a la altura de Villa Gesell. “El trabajo del buzo es riesgoso, la regla número es la seguridad del equipo y el adiestramiento constante para hacer un buen trabajo; no es ser un superhombre, las cualidades para ser buzo son la perseverancia y la dedicación”, destaca.
Hoy, Carlos se encuentra ya alejado de sus misiones de salvamento por su jerarquía y cargo que implican una nueva función en su carrera, una labor de conducción y asesoramiento. A sus 52 años de edad, 32 de marino y 25 de buzo salvamentista, está satisfecho “de los logros realizados, de la experiencia adquirida; la Armada me dio todo y a ella le estoy agradecido. Ser un buen ejemplo para las nuevas generaciones, también es otro gran desafío que afronto”, cierra, confesando que no se vería con otro que no fuese el uniforme naval.
En el ocaso de su carrera, quizás regrese a su provincia natal, aunque no lo sabe con certeza: “Extraño todo de Formosa, desde ponerle hojas de mango al tereré, la sopa de porotos con el calor que hace –ríe– hasta lo linda que es nuestra gente”. Forjó su familia en la Armada y hoy su vida está en Punta Alta, ciudad cercana a la Base Naval Puerto Belgrano, donde también viven sus dos pequeños nietos, Tiziano y Helenita.
Una de sus hijas, la mayor, sigue sus pasos, es Aspirante Naval de 2º año en la Escuela de Suboficiales de la Armada, con orientación Arsenales Electromecánica.
La historia del buceo en Argentina comienza a escribirse en 1917
El Ministerio de Marina designó a 4 oficiales de la Armada Argentina para realizar un curso de instrucción y adiestramiento en submarinos en los Estados Unidos de Norteamérica. El Día del Buzo Naval fue decretado en 2003, en homenaje a todos los buzos que con sacrificio ejercen con entrega su profesión y que han perdido su vida trabajando bajo el agua.
La historia cuenta que, al regresar de Estados Unidos de Norteamérica al país, el entonces Teniente de Fragata Vicente Ferrer fue el encargado de comenzar con el buceo en Argentina: una nueva actividad y muy necesaria para el servicio naval.
Así, el 8 de noviembre de 1921 se creó un anexo a la Escuela de Torpedos que funcionaba en el Arsenal del Río de la Plata, para desarrollar el primer Curso Complementario de Buceo. Asistirían alumnos en forma voluntaria para formarlos en la búsqueda y rescate de torpedos que se perdieran durante los ejercicios de lanzamiento.
El primer curso comenzó en 1924 con 9 hombres y la primera promoción de buzos capacitados para sumergirse hasta 45 metros de profundidad egresó en 1925. El primer trabajo de salvamento que se realizó a gran escala fue la limpieza de cascos hundidos en el área del Río de la Plata en 1927, antecedente histórico para la creación del buzo de salvamento.
Más adelante, la incorporación de submarinos determinó la necesidad de crear una escuela especializada, aunque no fue hasta 1938 que se inauguró el Centro de Instrucción y Adiestramiento de Salvamento y Buceo del que se graduaron 21 buzos de profundidad. Una década después, la Armada dictó el primer Curso de Buceo Autónomo, y en 1952, el primer Curso de Buceo Táctico para buzos adiestrados en combate.
En 1968 se creó el Curso de Buceo de Borda para los nadadores de rescate de la Flota de Mar, adiestrándolos para efectuar buceo autónomo hasta 12 metros e inspección de cascos de buques de superficie. Para esta época también se crearon los cursos de buceo para médicos y enfermeros hiperbáricos, bioquímicos e ingenieros, y en 1977 el primer Curso de Buceo de Saturación y de Gran Profundidad, ya que en 1974 la Escuela de Buceo se modernizó incorporando el Centro Hiperbárico; finalmente, en 1978, se creó el Escalafón Buceo.
Gaceta Marinera