La Agente Civil Sandra Oviedo nació y se crió en Punta Alta, ciudad donde viven sus padres Roberto y Josefa – más conocida como “Pepa”- y sus hermanos menores: Marcela, quien trabaja en el Registro Civil de la Base Naval Puerto Belgrano y Pablo, que es arquitecto. Ella vive actualmente en Bahía Blanca.
Cursó la primaria en la Escuela Nº 4 “Juan Bautista Azopardo” y el secundario en el ex Colegio Nacional. “Yo quería hacer la escuela técnica y mi mamá no me dejó. En aquella época le hacíamos caso a las madres y por eso hice el comercial. Ella pensaba que en algún momento se me iba a pasar el gusto por los fierros, pero no fue así”, introdujo Sandra con una sonrisa.
Desde chica siempre fue muy apegada a su papá, quien era mecánico y sentía curiosidad por saber cómo funcionaban las cosas. “La decisión de estudiar ingeniería la tenía, el tema era convencer a mi mamá. Me mandó a hacer un test vocacional que dio como resultado Ingeniería Mecánica, y ahí se terminaron las idas y vueltas”.
Sandra tiene una familia ligada a la vida naval: “Mi papá trabajó en motores térmicos (que ya no se le denomina así) y después pasó por Suministros hasta su retiro voluntario. Nunca coincidimos en el Arsenal porque él se fue un agosto y yo entré en noviembre del 2000. Y Félix, mi abuelo materno, era trazador naval; un maestro en su trabajo”.
Constancia en su carrera y profesión
Sandra empezó la carrera de Ingeniería Mecánica en 1985 y reconoce que el primer año fue difícil por el cambio del secundario a la universidad, y una época dificultosa: “Egresé muchos años después en el ’99. Fue un período de muchos paros y ninguno de mi promoción pudo recibirse a término. La ingeniería es una carrera de largo aliento”.
Viviendo en Bahía Blanca comenzó a trabajar mientras estudiaba, y con el tiempo sus prioridades fueron cambiando. “En algún momento, a todos los que estudiamos y trabajamos se nos complica la vida y pasó a ser prioritario mantenerme. Implicó tener menos tiempo para rendir las materias”, expresó.
Pensó que no terminaría la carrera, pero se encontró con un compañero en similares condiciones académicas y se pusieron de acuerdo para finalizar la carrera. “Era interminable porque nunca dejé de trabajar. Aunque mis trabajos eran algunos más afines que otros a la ingeniería, pero mi prioridad era trabajar. Estuve por ejemplo en una biomédica, algo que siempre me gustó: la ingeniería ligada a la medicina es algo apasionante”.
Con el título en mano, a los 32 años esperó su oportunidad. “Un día fui a la facultad y me encontré con el ingeniero que era jefe de Laboratorio en la Base Naval y me preguntó si me había anotado: la base estaba convocando ingenieros. Completé el formulario y recuerdo que ingresamos varios al arsenal”.
“El Arsenal Naval era mi destino”
En noviembre del 2000, ingresó al Arsenal Naval de Puerto Belgrano. “Era mi destino. De chica moría por venir a la Escuela de Aprendices y no me dejaron, pero terminé trabajando en la base y mi mamá no lo podía creer”, se ríe.
Fue su mejor época, describe: “Entré a trabajar en el Taller de Electricidad y mi primer Jefe fue el Capitán Ricardo Nielsen, una persona que confió mucho en mí desde el primer momento y me enseñó a trabajar. Yo no sabía bien dónde estaba ni entendía de jerarquías”.
“Me enviaron a la oficina de Aseguramiento de Calidad, pero no me gustaba lo que hacía y me buscaron algo acorde a mi especialidad que era la Ingeniería Mecánica con orientación termomecánica, y me enviaron como Jefa de Frigorífica”, comentó la profesional.
Durante un tiempo aprendió las tareas que hacía la sección. “Me metí de cabeza en ese trabajo y me fue bárbaro. Tenía un grupo de gente espectacular”. De los primeros años en el arsenal, Sandra recuerda con mucho cariño aquel grupo de personas que conoció y que le transmitieron gran parte del conocimiento que hoy tiene.
“Me encontré con un grupo divino e hicimos muchos trabajos. Recuerdo al encargado Daniel Oviedo, con quien trabajamos años a la par, un compañero excepcional. También al supervisor Alberto Vivas, que para mí es el ejemplo de buen trabajador y persona equilibrada que te marcaba el modo de hacer las cosas. Con él se podía hablar de trabajo y cortar para hablar de básquet y comentar la carrera de Manu Ginobili en la cocina de electricidad”, recuerda Sandra con mucha alegría.
También transitó por el Taller de Hidráulica, un lugar que le aportó mucha experiencia durante los 4 años que estuvo. “El Jefe del taller era el ingeniero Rubén Hernández quien me enseñó muchas cosas y le estoy agradecida. Hoy conservamos una gran amistad”.
Luego regresó a Frigorífica, área que define como su pasión. “Realizamos todas las obras sin necesidad de tercerizar y surgió el Plan de Frío con el Capitán Marcelo Visconti. Fue una época en la que nos esforzamos muchísimo para sacar adelante el trabajo”.
Con el tiempo regresó al Taller de Máquinas: “El ingeniero Hernández me propuso tomar ese puesto que tiene mucho de administrativo y conocimiento del trabajo del taller. Yo soy más del mameluco, y si hay que navegar mejor, aunque acepté la propuesta y hoy me encuentro como Jefa de Planificación y Control de Producción en Máquinas”.
Desde su puesto de trabajo brinda asesoramiento técnico de materiales entre otras responsabilidades. “Cualquier requerimiento que se tenga que presentar de forma prolija, sistemática y pensada viene a ésta oficina y lo sacamos adelante”, enfatizó.
Hace más de 20 años que Sandra cumple funciones en el Arsenal Naval y admite que. si bien no se trabaja con la última tecnología, la gente hace la diferencia. “Conocí gente extraordinaria y tuve el lujo de compartir tiempo con Alberto Vivas, José Pecchia, Jorge Bellozo y Tomás Tejeda. que son de otra época, con otra cabeza”.
Así, la Ingeniera puntaltense destaca que el recurso humano que tiene la Institución en todas sus especialidades y jerarquías, es muy valioso. “Nos ponemos la camiseta para sacar adelante el trabajo que se requiere”, dijo con orgullo de pertenencia.
Entre sus anécdotas recuerda trabajar en la PAE de popa de la corbeta ARA “Rosales” y salir con el mameluco impregnado de olor a combustible para almorzar con sus padres. “Trabajar en el aire acondicionado del submarino ARA “Santa Cruz” en el dique un verano, salir por el tambucho y ver un hermoso cielo estrellado”.
Su faceta profesional también la llevó al plano académico. “Hace 14 años doy clases en la UTN. Dicto una materia electiva que se llama Sistemas Oleohidráulicos y Neumáticos, y por mi trabajo en el arsenal puedo contarles a mis alumnos mi experiencia laboral”.
Su trabajo como profesora la mantiene actualizada, hace cursos y especializaciones y ahora está estudiando inglés e italiano. Además, el aula renueva su energía al estar en contacto con los futuros ingenieros.
Para Sandra Ivón Oviedo, la Armada Argentina es el lugar que cobijó a una generación de ingenieros en tiempos difíciles. “Tuvimos nuestra oportunidad de desarrollarnos en la Institución y crecer en lo personal y profesional, y por eso le estoy muy agradecida”, concluyó.
Lic. María Silvina Rosas – Mar Adentro – Gaceta Marinera