Con un balance positivo que pudo cristalizarse, fundamentalmente, a través del importante incremento de la matrícula y de los egresados, el profesor Sergio Massarella se alejó tras 25 años de la dirección de la escuela secundaria de la Unidad Penitenciaria N° 4 de Villa Floresta. La responsabilidad recayó en la docente Patricia Bertacco, quien también pertenece al plantel docente desde hace 20 años.
Durante años dicha escuela fue la Media N° 9 del nivel secundario, aunque hoy funciona como CENS 463 y pertenece a la educación de adultos.
Massarella, un docente que fue clave en la educación de las personas privadas de la libertad del penal de Bahía Blanca, se jubiló el pasado 31 de octubre después de 30 años de trabajo docente –25 de ellos en el ámbito carcelario– y 53 de edad.
“Me alejo con una gran satisfacción, soy un convencido de que la educación dentro de los contextos de encierro representan algo fundamental para el crecimiento intelectual y la realización de quienes pasan sus días en un pabellón”, dijo Massarella, en diálogo con La Brújula 24.
Profesor de Ciencias Económicas (Instituto Juan XXIII) y licenciado en Gestión Educativa (Universidad de El Salvador), el docente enumeró las distintas acciones desde 1998 a este presente, entre ellas el haber sido partícipe de la creación de nuevos cursos que llevaron a más inscriptos y a un “efecto contagio” que generó grandes beneficios.
En sus inicios funcionaban solo cuatro cursos, a diferencia de los 12 actuales. Massarella también promovió la fundación de la carrera de Abogacía; la puesta en marcha de la secundaria para mujeres y la educación mixta dentro de la unidad, teniendo en cuenta que las estudiantes cursaban años atrás en su propio pabellón.
— ¿A qué atribuye el significativo aumento de la matrícula en la escuela de la cárcel?
— Es verdad, hemos tenido un récord de 49 egresados este año y nada menos que 306 inscriptos. La escuela tiene hoy 12 cursos, 8 de ellos pertenecientes a la unidad y el resto a la subunidad del penal. Sin embargo, más allá de la organización interna creo que se ha venido trabajando incansablemente en la profundización de la educación que pretendemos y siempre con objetivos claros. Por un lado, el de brindarle a la persona privada de la libertad la posibilidad de acceder a la educación y también reelaborar un nuevo proyecto de vida para que se desarrolle en sociedad.
— ¿Es importante que funcione de manera mixta?
— Por supuesto. Costó, pero se logró. En un principio las mujeres estudiaban en un pabellón aparte hasta que se unificaron. Fue otro de los logros. Agradezco a todos los profesores que acompañaron esta gestión y tengo la seguridad de que Patricia Bertacco hará una excelente gestión.
— ¿Cómo fueron los inicios y cómo fue creciendo la escuela?
— La escuela de la cárcel se creó en 1988 de la mano de su primer director, el profesor Lindor Burgos, y funcionaba con un plan de cuatro años con orientación bachiller contable. Por entonces, la matrícula era de 20 alumnos y alrededor de 18 profesores. Con el tiempo la escuela fue creciendo y en 2001 logramos incrementar los cursos y crear el primer año de mujeres, quienes hasta ese momento no podían acceder a la educación secundaria. Fue así que empezaron a estudiar en el mismo lugar donde estaban alojadas hasta que finalmente se unieron a los estudiantes varones en el mismo espacio.
— ¿Qué significó incorporar la carrera de Abogacía?
— Un verdadero objetivo cumplido. Lo hicimos en 2002 tras un convenio con la UNS y permitió a los egresados cursar la carrera de manera semipresencial. Con el tiempo se logró también que alumnos avanzados se acercaran a la cárcel para apoyar a nuestros estudiantes. En 2003, cuando se firmó el convenio para incorporar Derecho, visitó Bahía Blanca el entonces jefe del Servicio Penitenciario de la Provincia, con quien en forma conjunta se fundó la subunidad en un terreno vacío situado detrás de la unidad. Se logró la licitación y se construyó esa sede donde también funciona la escuela con cuatro cursos. Ese paso fue muy importante y permitió más matrícula y comodidad.
— ¿Cuántos estudiantes se inscribían años atrás y cuántos hoy?
— La primera inscripción que recuerdo fue de 30 alumnos, mientras que hoy se anotaron 306. Ojo, también aumentó el número de egresados. Este año lograron obtener el diploma casi 50 estudiantes: 30 de la unidad y 19 de la subunidad. En 2018 pasamos a depender de Adultos, por lo tanto hoy la escuela es el CENS 463.
— ¿La educación en la cárcel beneficia al interno?
— Ninguna duda y ese es el motivo por el que la matrícula ha crecido. Los mismos jueces lo entendieron así y crearon la ley provincial a tal efecto. La conducta mejora porque la formación que obtiene la persona que egresa produce un efecto multiplicador entre sus pares. Ellos mismos son quienes dan esos testimonios de superación, del contacto con otras personas, de la importancia de aprender, de generar vínculos y hábitos de estudio.
— ¿Qué particularidades tiene la educación dentro de la cárcel?
— Muchísimas y, sobre todo, diferentes por dictarse en un contexto muy distinto, de encierro. Nuestros estudiantes conviven en celdas con otros pares que a veces no conocen, alejados de sus familias, y estudiar no se da siempre en el mejor contexto por las limitaciones. Pero es importante que la escuela se perpetúe, porque los internos encontraron en ella una posibilidad de seguir adelante. En lo personal es muy gratificante dialogar con los alumnos y que ellos mismos reflexionen todo lo bueno que les brinda: pensar distinto y considerar una nueva posibilidad de vida y un nuevo proyecto basado en la decisión de salir adelante.
Fuente: La Brújula 24 – Cecilia Corradetti