Historiadores de la Argentina (más de 500), como así también de otros lugares del mundo (más de 200) suscribieron un documento que titularon “Milei ante la Historia Argentina”, en el que fijan posición crítica, científica y académica, sobre la utilización que viene haciendo el presidente de determinados momentos de la historia argentina para fortalecer su discurso y el accionar de su gobierno.
Una de las impulsoras del documento ha sido la profesora del Departamento de Humanidades de la UNS, Silvina Jensen, quien esta mañana habló sobreel tema en nuestro programa de radio.
“Colegas de todo el país con quienes mantenemos contacto permanente decidimos poner en palabras nuestra angustia, enojo, desazón, por un lado, por el descrédito permanente que se hace desde el gobierno a las ciencias sociales, y por el otro, por el uso cuanto menos desafortunado que se está haciendo de la historia”, dijo en un primer momento.
Jensen agregó a continuación que claramente “se hace uso del pasado para legitimar un proyecto de país con el cual no estamos de acuerdo”.
Uno de los puntos relevantes del discurso presidencial es la apelación permanente a la Argentina que supo ser potencia (eso dice Milei) entre finales del siglo 19 y principios del siglo 20. “Habría que discutir si efectivamente éramos potencia”, respondió la profesora. “Como así también plantear en esa discusioón cuál era el tipo de producción que aportábamos por entonces al mundo y quiénes y cuántos vivían gozaban de los beneficios de esa producción en la Argentina de aquellos tiempos”.
La historiadora bahiense puso también en el eje del problema que “este gobierno demuestra con hechos, algunos gestos políticos que deben ser expuestos y aclarados”, y en tal sentido se referenció en la decisión tomada el 8 de marzo cuando se reemplazó el Salón de las Mujeres por el de Próceres, y la reiterada frase del presidente y muchos de sus funcionarios sobre “los 100 años de decadencia”.
“Estos gestos coinciden con la participación en la puja distributiva en la Argentina anterior a la democracia. Todo el siglo de ampliación de derechos es entonces borrado de un plumazo para dejar solo a alguien como Carlos Menem y eso no es casual”.
“Estamos asistiendo a un ataque concreto a la democracia”, afirmó.
“Estos usos prácticos del pasado, que todos en algún momento hacemos, bastardean la idea de la verdad. Y volviendo a eso de la Argentina potencia de la que siempre habla el presidente hay que decir que en verdad era un país para pocos, para una determinada élite. No se habla de los trabajadores, de las mujeres, de los pueblos originarios. La pregunta es hoy entonces, quiénes estarían dentro de ese país que se referencia en ese pasado”, sostuvo.
La investigadora resaltó que esto “es amenazante en términos de una convivencia social efectiva para la Argentina presente”.
Acto seguido Jensen se preguntó “por qué resulta tan fácil tergiversar hoy, y esto se da por un lado porque hay un uso que sirve a esa idea de las medias verdades, y por el otro por las posibilidades que dan las redes sociales para construír una realidad. Allí todo es posible de decir”.
“Y esto se refuerza con lo que plantea el gobierno en estos momentos, es decir, esa idea de tomar el pasado como una especie de modelo en el que queremos encajar el presente a la fuerza. El propósito es fundar algo, olvidando que esos pasados son en sí mismo conflictivos y porque además los contextos en los que se producen los hechos históricos no se pueden acomodar en un cajón a mi antojo para que me cierre”.
Sobre la parte final del reportaje y para ampliar aún más ese concepto, la profesora de la UNS indicó que “si todo es decadencia, como lo plantea hoy Milei, entonces todo es descartable, hay que fundar algo nuevo y para pocos y de tal manerca se desconocen las luchas históricas que fueron construyendo a lo largo de la historia las ideas de ciudadanía. Esta historia no puede ser barrida para iniciar una especie de mundo nuevo y encima fundamentado en elementos falsos o medias verdades”.
Este es el documento textual, elaborado por los historiadores:
Desde el 10 de diciembre de 2023, fecha de asunción del presidente Javier Milei, asistimos a una prolija tarea de demolición del Estado y las instituciones republicanas, federales y democráticas, así como del sistema legal que garantiza la vida cotidiana de millones de personas. Se trata del ataque deliberado a una convivencia trabajosa, a la división de poderes y a la democracia. La actual política amenaza todo aquello que es patrimonio de la sociedad argentina en términos culturales, materiales, ambientales y territoriales. Cínicamente, la retórica gubernamental convierte esta destrucción en una obra salvadora y modernizadora, aunque huele a receta vieja, fracasada y rancia.
Nada está a salvo del fulminante rayo de las diatribas y extorsiones presidenciales. Tampoco, del arrogante regodeo de sus voceros, ministros, y esa nueva especie de actores virtuales que traslada las agresiones gubernamentales al mundo de la comunicación y de las redes.
El presidente ha roto el espejo en el que nos miramos: a la hora de agredir, elige cada uno de esos fragmentos para sostener sus medias verdades y mentiras. Explica el todo por las partes, y fortalece una sensación de aislamiento e indefensión que refuerza la transformación individualista de la sociedad al amparo de lo que considera “libertad”. Ha trazado una clara línea entre los “argentinos de bien” y quienes pasan a ser “orcos” e “irrecuperables”. Quedan a salvo quienes se pliegan sin contradecirlo, negocian prebendas y se subordinan a sus planes en una definición oportunista y a conveniencia de “la casta”.
No desconocemos que la llegada de Javier Milei a la presidencia es síntoma de un profundo malestar social y de deficiencias profundas de la democracia argentina y sus gobiernos. Pero a cuarenta años del fin de la última dictadura, corremos el riesgo de que la democracia deje de ser el sistema mejorable para construir la vida en común. Con su política, Javier Milei pone en riesgo el pacto fundante de 1983.
Pasado y presente
Nos dedicamos a estudiar la historia, y ello nos hace revisar permanentemente el sentido de nuestra profesión. Nos hemos formado en el sistema educativo público argentino; somos educadoras/es e investigadores/as. Entre las grandes mayorías agredidas, tampoco estamos exentos de la brutal ofensiva: por el ataque a nuestros salarios, por el riesgo de pérdida de nuestras fuentes de trabajo. Al igual que a millones de personas que habitan este suelo, la política de Milei amenaza nuestro presente y nuestro futuro.
Pero nos implica especialmente, aunque parezca secundario, porque el gobierno utiliza el pasado como ariete. En su retórica agresiva, clasista y regresiva, el presidente Javier Milei apela reiteradamente a la historia. Señala un supuesto momento dorado del pasado argentino al que ubica, de manera para nada azarosa, antes de 1916 (cuando la participación democrática se amplió a partir de la Ley Sáenz Peña sancionada en 1912). Resulta insostenible la referencia al más alto PBI del mundo y la condición de potencia mundial de la Argentina, con la que vocifera en sus discursos, para sostener una interpretación decadentista de nuestra historia nacional. De la misma manera, tergiversa y manipula el significado histórico de figuras como Alberdi o Roca, apela a descalificaciones con reminiscencias dictatoriales para quienes no piensan como él (“comunistas”, “zurdos”, “populistas”), y convoca a un “Pacto de Mayo” sin relación alguna con los valores y la historia de la revolución de 1810. Pero va más allá: enmarca su misión histórica en la mitografía bíblica mesiánica recurriendo a argumentos teocráticos, misóginos y esotéricos. Relativiza de una manera inhumana las consecuencias del terrorismo de Estado, envalentonando a la corriente negacionista o apologista de la dictadura militar.Al usar el pasado como herramienta, Milei no es original; ni siquiera en su forma autoritaria y radical de interpretarlo. Pero nos obliga a confrontarlo.
Para una retórica mesiánica, mentirosa y refundacional, la historia es especialmente peligrosa. Estudiar el pasado es un instrumento poderoso, es un arma potencialmente al alcance de cualquiera para desmontar todas y cada una de las falacias, mentiras y exclusiones que pretenden instalar en nuestras vidas. Por eso el gobierno ataca especialmente a los centros de transmisión y producción del conocimiento y la cultura.
Vivimos una época en que parece que vale lo mismo decir cualquier cosa. Así, una elección democrática ganada en segunda vuelta pretende ser transformada en un plebiscito que legitima el arrasamiento de conquistas históricas de la sociedad argentina. Si el presidente avanza en esa idea es porque hay silencios cómplices. Quizás los legisladores puedan aceptar que el Congreso sea llamado “nido de ratas”. Nosotros/ as, no. Porque sabemos el laborioso proceso de construcción colectiva que ha llevado a que allí se ejerza la representación de la ciudadanía. A una versión antidemocrática y elitista de la historia, podemos oponer la idea de la construcción colectiva de derechos. Lo que se gana, se puede perder, lo que hoy nos quiten, podrá ser recuperado. Ahora bien, ¿por qué permitir que eso suceda?
Frente a la retórica del odio y la estigmatización basada en una visión de la historia que condena y humilla, la historia permite rescatar las huellas de la dignidad humana, la que ilumina aquellos momentos en los que un puñado, millares, o millones de personas enfrentaron a los poderes que buscaron menoscabarla y negarla. El gobierno blinda las calles porque sabe que es en ellas donde durante generaciones lo/as argentino/as hemos sabido hacer política.
El bienestar económico no lloverá cual maná del cielo. El presidente Javier Milei no es un refundador, sino un destructor. No es un mesías, sino un agresor. Encabeza una facción en una puja histórica. Milei es la cara, en 2024, de una revancha de sectores socioeconómicos que desde mediados de la década de 1970 quieren torcer las conquistas de las mayorías populares, convertidas en derechos a costa de años de lucha. Milei no sirve a Dios, como cree y proclama, sino a intereses concretos que históricamente han bloqueado la ampliación de derechos y la justicia social. Tampoco es franco, realista, ni dice verdades innegociables -como él pretende- , sus aseveraciones siempre son modificables, a conveniencia y muchas veces falsas.
El futuro
Frente al odio que avanza, la Historia muestra que un proyecto mesiánico busca y necesita el apoyo de las masas, pero a la vez teme al poder que radica en la acción colectiva y solidaria. Por eso Milei reprime la protesta con instrumentos ilegales y contrarios a los Derechos Humanos como el “Protocolo de Seguridad”. Por eso, y en sus discursos estigmatiza los acontecimientos del pasado de intensa movilización social para justificar la represión del presente.
El elegido, Milei, quiere imponer su voluntad. Pero sabemos, por el contrario, que la acción colectiva es el camino para reparar las injusticias de cualquier sociedad. Sabemos que la retórica del odio puede ser derrotada porque otros/as, antes que nosotros/as, pudieron hacerlo. No por ser mejores, sino porque pusieron por delante de sus angustias y carencias individuales el bien común.
Buscamos acercarnos tanto como podemos a la verdad. Pero sabemos que a lo largo de siglos ha habido distintas formas de comprender el mundo, de habitarlo, y de soñarlo. Por eso no podemos callar: la historia no da lecciones, pero permite formular advertencias. Y obliga a tomar posición cuando la dignidad humana se ve amenazada. Nos advierte que quien entrega la posibilidad de imaginar un futuro, ha sido derrotado. Quien acepta callar ante lo que le parece incorrecto y le genera indignación, naturaliza hacerlo, y enseña a hacerlo.
Queremos señalar el peligro que corre nuestra sociedad. No podemos, éticamente, no hacerlo. En el pasado, en contextos mucho más difíciles, otros seres humanos hicieron lo mismo que nosotro/as. Hablar o callar será una toma de posición. Historiadores/as al fin, pretendemos que estas palabras funcionen en el presente como una advertencia. En el futuro, si este brutal avance autoritario persiste, quizás este texto recuerde a alguien que el hilo invisible de la solidaridad humana nunca puede cortarse por completo, que el autoritarismo siempre encontró resistencias. Y encontrará esperanzas para hacer lo mismo.
Fuente: Frente a Cano
Foto: FM De la Calle