La noche del 11 de junio de 1982, en Monte Longdon, hacía frío y llovía; pero el joven Infante de Marina chubutense Carlos Colemil estaba acostumbrado a ello. Sólo le resonaba en la cabeza, una y otra vez, el consejo que había recibido, pero a su vez sentía que estaba en el lugar exacto, para el que se había preparado, defendiendo a la Patria.
El Cabo Segundo IM Carlos Colemil era, en 1982, integrante de la Compañía de Ametralladoras 12,7 mm. del Batallón Comando de la Brigada de Infantería de Marina Nº 1 (BICO). Había sido destacado a las Islas Malvinas desde la Base de Infantería de Marina Baterías por un requerimiento del Comandante del BIM5 al Comandante de la Infantería de Marina. “Necesitaban para apoyo una ametralladora pesada; entonces pidió las 12,7”, recuerda el hoy Suboficial Mayor VGM (RE) Colemil.
La Compañía de Ametralladoras Pesadas se conformó sobre la base de la entonces Compañía de Policía Militar. Eran 70 personas, que tenían como jefe al Teniente de Fragata IM Sergio Andrés Dachary y como Encargado de Compañía al Suboficial Primero IM Humberto Simón Henriquez. Colemil, que por entonces estaba haciendo el Curso de Misiles Mamba en el BICO, fue voluntario para ir a la guerra.
A Malvinas se movilizaron 136 hombres con 27 ametralladoras pesadas y en una reunión del Estado Mayor del BIM5 se decidió dividir a la compañía en tres secciones: una fue al aeropuerto, otra a la zona de Sapper Hill y Dos Hermanas y la última, a Monte Longdon en apoyo al Regimiento de Infantería 7 del Ejército Argentino. Todas necesitaban contar con defensa antiaérea.
La primera dificultad que enfrentaron fue el traslado: cada ametralladora pesa 39 kilos, un cajón de munición 45 kilos y el afuste que llevaban de cuatro patas sumaba 40 kilos más. Como los vehículos se hundían en la turba, trasladaron los equipos a hombro durante siete días.
Monte Longdon estaba a unos 180 metros de altura sobre el nivel del mar; ahí estaba Colemil con 23 años poco después de haber llegado a las Islas. “A mí me tocó la cabecera norte, la parte más difícil del monte. Y ahí fui yo con mi grupo, eran 12 soldados y tres ametralladoras”, recordó.
El 3 de mayo “bautizaron” a Longdon. “Nos tiraron las fragatas y los demás buques”. Hasta ese momento se alojaban en carpas. “El primer día que nos bombardearon no sabíamos qué hacer. Como el tiro del buque no es curvo, sino que es más bien recto, nos pusimos detrás de una piedra. En el caso mío y en el de mi gente tuvimos miedo; creo que a todos nos pasó”. Esa noche llovía torrencialmente.
A partir de entonces, levantaron piedras laja con barretas y picos, desarmaron alambrados y, con esos postes, armaron las trincheras. “Les decíamos ‘covachas’, eran como una casa, una fortificación y ahí nos metíamos. Cada ametralladora tenía su ‘covacha’ en su posición principal, más la posición defensiva de la ametralladora”. Esas primeras ráfagas de fuego naval los ayudaron a protegerse mejor.
Del 4 al 26 de mayo tuvieron esporádicos ataques aéreos; después, cuando los británicos desembarcaron en San Carlos, se movilizaron a través de viajes vaivén con helicópteros y llegaron
Al Monte Kent, a unos 12 kilómetros de Longdon. “Ahí emplearon la Artillería de Campaña y nos bombardearon permanentemente con ráfagas intermitentes cada 4 o 5 horas”.
“Tené cuidado esta noche changuito, porque pueden llegar a atacar”, le dijo el Cabo Principal Domingo Lamas a Colemil con quien se había encontrado a la mitad del Monte Longdon la noche del 11 de junio, volviendo del puesto de socorro: había ido a llevar a un soldado que estaba con fiebre.
Hacía frío y llovía, pero el joven Infante de Marina, nacido y criado en la provincia de Chubut, estaba acostumbrado a ello. Sólo le resonaba en la cabeza, una y otra vez, el consejo que había recibido, pero a su vez sentía que estaba en el lugar exacto, para el que se había preparado, defendiendo a la Patria.
Buscó un relevo para el conscripto que había dejado en el puesto de socorro y fue hasta la otra ametralladora donde pudo chequear que todo estaba bien. Eran las 11 de la noche, seguía lloviznando y al adelantarse, vio movimientos: “Hay gente allá”, dijo convencido. Tenía un visor nocturno y abrió fuego: “Cuando tiré se dispersaron; era como si fueran un abanico. Ya estaban casi en la cima del monte, había un campo minado y explotó una mina”. Alcanzó a dar el alerta de ataque y enseguida se inició el intercambio de disparos.
Esa noche todos entraron en combate. En la cabecera del Monte Longdon los soldados del Regimiento 7 estaban en la primera línea a cargo del Teniente Baldini, que murió en combate. Colemil estaba con sus ametralladoras, la 4 y la 5. “Hasta que uno no veía al enemigo no podía tirar, y así estuvimos desde las 11 de la noche hasta que yo fui herido. De los Infantes de Marina que estábamos ahí, salimos 8 con vida, algunos heridos pero con vida, y 5 muertos. A mí me mataron la ametralladora 4 completa; con la que yo no tenía contacto visual”.
El accionar del personal de la ametralladora 4 fue heroico; con su fuego detuvo el avance de una compañía británica de paracaidistas completa. Los Conscriptos Jorge Inchauspe, Sergio Giussepetti, Luis Fernández y Claudio Scaglione mantuvieron su posición. Ante el detenimiento del avance británico, el Sargento Ian McKay atacó a esa ametralladora. Se batieron; los Infantes de Marina no abandonaron la posición y el Sargento británico murió en la acción al querer aniquilar la ametralladora: “Tuvieron un coraje sin igual”.
Conquistada la posición por los británicos, los hombres de la Compañía Ametralladoras 12,7 mm. se sumaron al BIM5 para seguir luchando y, tras la rendición, volvieron al continente. “Yo quedé tirado en el campo de combate, me recuperaron los británicos el 13 de junio, porque me habían dado por muerto. Me llevaron a San Carlos a un puesto de socorro y después me trasladaron al buque hospital ‘Canberra’ donde estuve internado”, relató el Suboficial Mayor Colemil.
Luego lo recibirían en Puerto Madryn, más tarde en el Hospital Naval Puerto Belgrano, y –finalmente– en su destino, el BICO, donde estuvo internado en el Departamento Sanidad.
“Tengo la suerte de poder decir: me preparé y fui, pero no es fácil”; “Defendí lo que es nuestro pagando el precio de ver morir a mis compañeros”. Su recuerdo, sus palabras y sus lágrimas son siempre para ellos, los que tuvieron el honor de quedar en el campo de batalla.
Gaceta Marinera – Lic.María Silvina Rosas