Suris -conocido en Santa Fe como el “inquilino”- negó que algún policía le hubiera pedido dinero y, si bien admitió haber hecho compra de pintura y de comida, aseguró que no lo hizo en beneficio propio sino del resto de los presos y los efectivos que realizaban las guardias.
“A mí nadie me pidió plata. Yo tenía trato mayormente con los guardias. Le hacía el pedido a los policías, le pasaba la plata. Si ellos hacían asado el fin de semana, les pedía que me metieran un cacho de carne y lo hacían, para poder comerme un sanguche de vacío”, manifestó.
“Estuve una semana en el casino de oficiales hasta que me pasaron a los calabozos, donde hay tres celdas. Es una tortura el lugar; dormí en el piso con otro preso, al lado de las cloacas y con cucarachas, arañas, ratas. Tuve que poner una tapa de madera porque era tan nauseabundo el olor, que no se podía estar. Es cierto que mandé a comprar pintura para tapar la suciedad; se limpiaban las necesidades en la pared y hacía 15 años que no se pintaba. Uno de los presos tiene las hemorroides, lleva meses así, constantemente sangrando, y mi señora le enviaba cremas”, explicó.
El empresario se autodefinió como una persona “solidaria” que jamás buscó mejorar sus propias condiciones de alojamiento, sino las de todos los detenidos.
“La comida es incomible. La gente se intoxicó varias veces. Los mismos jefes de la dependencia me lo reconocieron, pero no es culpa de ellos. Entiendo que la situación del país y todo es así, pero no debería ser así. Les pedí que me dieran una solución, que yo no voy a comer esa comida. Le dije al comisario y al subcomisario lo solidario que soy y ellos me dijeron que, todo lo que sirviera para dar una mano para mejorar las condiciones, que son pésimas, lo iban a hacer. Por eso yo no pedía comida para mí solo sino para todos”, amplió.
Suris justificó el haber pedido electrodomésticos para aplacar el agobiante calor durante los meses de verano. “Hace 50 grados ahí adentro, es lógico que iba a pedir un ventilador. También pedí un aire acondicionado para el pasillo. Era inaguantable, insalubre. A mí me sacaron después de cuatro meses, se lo pedimos a la ministra Patricia Bullrich y al ministro Cúneo Libarona”, indicó.
“Una pizza vale $20 mil, me quedé asombrado, pero no comía solo. Compartí, es mi forma de ser. Yo tuve un trato ameno pero no iba a permitir que me dejaran morir ahí intoxicado”, expresó.
Fuente: La Brújula 24