¿Vikingos en Pringles?

El sur de la provincia de Buenos Aires presenta una geografía de alto impacto visual. La ruta 51, a la altura de Coronel Pringles, se despliega alrededor del cordón serrano de Pillahuinco, de cerros bajos y medulosos, grandes extensiones de tierra son salpicadas por pueblos de muy pocos habitantes, serpenteantes arroyos y estancias pioneras.

Se trata de tierras muy fértiles y de óptimas condiciones para el agro y la ganadería, también para la vida humana. Han sido ocupadas por diversos pueblos desde tiempos ancestrales.

«Las sierras esconden muchos secretos, existen menhires y monumentos magalíticos muy extraños», cuenta Paola García, exploradora de estas tierras, y vecina de un paraje de apenas nueve habitantes, Fra Pal. Es guía de montaña y conduce a los curiosos hacia estos enigmáticos senderos que han sido objeto de estudio de antropólogos y arqueólogos. «Suena descabellado, pero los menhires podrían ser la prueba de la presencia de vikingos en Buenos Aires», confiesa, determinante. La teoría existe, y ella la cuenta en visitas guidas caminando entre estos monumentos.

La historia es atrapante. Todo el cordón serrano de la Ventania (a 40 kilómetros) y de Pillahuinco tiene infinidad de lugares donde se presentan estos menhires, algunos en formación lineal, otros circulares, algunos siguen diseños raros y aparentemente inexplicables. Algo que hace de Coronel Pringles un sitio complejo es que estos menhires tienen diferentes tamaños. Además, en todo el territorio existen cuevas con inscripciones pictográficas. «Estas construcciones son propias del conocimiento mágico, hermético y metafísico de los pueblos de origen indoario, existen en diferentes lugares del planeta», explica el especialista Guillermo Terrera, citado por García en su relato.

¿Qué es un menhir? Por definición, es un monumento megalítico formado por una sola piedra sin tallar, que está presentada en el terreno en forma vertical semienterrada. El tamaño puede variar desde piezas de roca pequeñas hasta varios metros de altura. El término es una voz gaélica (lengua celta) que significa «piedra larga» o «aguja de piedra». Los grandes constructores de estas obras fueron ellos y los druidas.
Menhires circulares

«Muchas estancias tienen menhires circulares y en hilera, el más raro es un conjunto de cien en fila», afirma García, quien dedica su tiempo a caminar por las sierras en busca de rincones inexplorados. «Pero no se pueden ver sin permiso», afirma. El camino incluye una tranquera que se abre, pactando las visitas.

El Cerro la Adolfina es uno de los más altos del cordón. Tiene 524 metros. En su base se aprecia un conjunto de menhires en forma de cruz. Aquí comienza el relato que todos vienen a oír. «Los vikingos llegaron a América del Norte desde Dinamarca en el año 1000/1100, poblando lugares que llamaron Vindland y Markland», afirma García. La historia que narra supone que continuaron bajando por el continente hasta llegar a América del Sur, donde dejaron monumentos e influyeron en las etnias que luego habitaron estas regiones. Los menhires del cerro La Adolfina, como los que se encuentran en el cordón de Pillahuinco, Vantania y también Tandillia, confirmarían este paso nórdico.

«Se trató de una horda en movimiento con un bagaje cultural que se fue perdiendo con el tiempo, a la vez que adaptándose con otras razas», afirma García quien ha estudiado el trabajo de diferentes escritores y antropólogos que trabajaron esta teoría, como Jacques de Mahieu, Nicolás Palacios, Duncan Wagner y Vicente Pistilli. Siguiendo esta línea, los vikingos asimilados adoptaron las costumbres locales. Hacia el año 1100 habrían llegado al altiplano boliviano. «En Argentina sus descendientes habrían tenido su territorio en la actual provincia de Córdoba, pasaron a la historia con el nombre de comechingones», cuenta García.
Misterio

Un halo de misterio se presentó desde siempre con respecto a estos aborígenes. Comechingón es una denominación vulgar impuesta aparentemente por los sanavirones, que tenían su territorio en lo que hoy es Santiago del Estero. Los primeros fueron en realidad dos etnias, que a la llegada de los españoles, vivían en las actuales provincias de Córdoba y San Luis, los hênîa y los kâmîare y que se diferenciaron del resto de las tribus.

¿Por qué fueron diferentes? Porque eran blancos, barbados, altos, de ojos claros y una contextura física grande, tenían un aspecto caucasoide. «Tenían herramientas y armas de hierro», afirma García, un dato no menor que ha generado polémica en los antropólogos. El hierro llegó a nuestra región con la llegada de los españoles, no antes.
«Los vikingos que llegaron del norte, en nuestro país, terminaron convirtiéndose en los comechingones, los indios blancos», afirma García. Los españoles se habrían sorprendido por la apariencia de estos indios, y rápidamente estas etnias desaparecieron por la sencilla razón de ser de piel blanca, la asimilación al europeo fue fácil. «Los comechingones fueron blancos, no amerindios», cuenta García refiriéndose a los estudios de los autores que ha leído y que justificarían la presencia de estos menhires.

Algunas de las pictografías que se han descubierto en el Cerro Colorado (Córdoba) tienen grafismos con semejanzas a runas (lengua germánica usada en Escandinavia), y algunas formas a las drakkars (embarcaciones vikingas). Estos comechingones habrían llegado hasta el sur de Buenos Aires.
Objeto de estudio

Los menhires de Coronel Pringles han sido objeto de estudio. Los que se encuentran al pie del cerro la Adolfina forman la típica construcción megalítica de esta tierra. Son cuatro en forma de cruz y están entre una horqueta de un curso de agua. Un menhir señala el camino de acceso a una cueva, el arroyo es conocido como La Leona, y la cueva de igual manera. En el interior de ella existe un surgente de agua pura, es el nacimiento del arroyo. El agua, fue siempre el tesoro más preciado.

El Conicet realizó aquí una de las pocas investigaciones que existen. Aún los menhires no han sido profundamente estudiados, por lo que son pocas las conclusiones que se pueden sacar. Bajo la dirección de Oscar Villar (Jefe del Complejo Museográfico de Coronel Pringles), y los arqueólogos Gustavo Politis y Patricia Hadrid, hicieron un trabajo de campo. «La disposición, sumamente extraña, no responde a estructura de corrales, mangas ni alambrados. Sino a monumentos rituales europeos», afirman en el informe que elaboraron. Aunque todavía «no resultará prudente emitir juicios», sostienen.

«Todos aparentemente señalan algo, fuentes de agua, cerros, estrellas», sostiene García, quien conoce la ubicación de los más raros e importantes. En su informe el Conicet determinó que en su mayoría los menhires están a orillas de cursos de agua, y específicamente cerca de horquetas, es decir, donde se dividen o unen las aguas, las confluencias. «Son lugares que aseguran reparo de los vientos, protección y visibilidad, agua, es decir, condiciones óptimas para la vida», señala el informe.

En el pasado reciente, los tehuelches y mapuches fueron los habitantes de estas tierras. Muchos menhires fueron usados por ellos como referencia para levantar tolderías o refrescar la hacienda. Los primeros colonos, también hicieron sus casas con piedras, muy cerca de estos monumentos. La cercanía del agua, fue un factor determinante.

«Muchos vienen y los tocan porque aseguran que son antenas, que reciben y emiten energía cósmica», señala García. Las historias de los lugareños también hablan de luces que se ven por las noches, alrededor de los menhires. «Estaba entrando a la estancia y una luz me siguió por el camino hasta que se fue hacia la cueva», relata María Cerviño, quien vive allí. «Se ven cosas raras», culmina.

Fuente: Leandro Vesco para La Nación