Además de los plásticos visibles por su tamaño, investigaciones nacionales realizadas en el Mar Argentino encontraron microfibras en el agua y en el interior de los animales, una reflejo local de una problemática que afecta a todos los océanos donde, según el último informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, se estima que hay entre 75 y 199 millones de toneladas de plásticos.
Aunque no se perciban porque tienen menos de cinco milímetros, los microplásticos están presentes en todos los entornos naturales del mundo, al punto tal que los investigadores ya hablan de una pandemia de plástico. En los mares, el 85 por ciento de los residuos es de este material que afecta a los animales, a todo el ecosistema y a la cadena alimentaria, según la evaluación global de los desechos marinos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).
En el marco del programa de Dinámica del Plancton Marino y Cambio Climático del Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (INIDEP), desde 2018 la doctora en biología Rosana Di Mauro analiza muestras de agua que se toman todos los meses en la Estación Permanente de Estudios Ambientales, a 50 kilómetros de la costa de Mar del Plata. El objetivo es monitorear la presencia de microplásticos, entre otros ítems y parámetros físico-químicos del agua.
“Tenemos muchas fuentes de información de lo que viene con el plancton y con los peces, y estamos bastante sorprendidos con la cantidad de microplásticos que estamos encontrando que, si bien es variable, no baja de 10 partículas por litro. Es un montón si se lo compara con lo que se viene publicando alrededor del mundo”, indica a Télam-Confiar la investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).
Para sorpresa de Di Mauro: “Hasta ahora no encontramos una muestra de agua o biológica que no tuviera nada. No hay resultados negativos, son todos positivos, es bastante impresionante”.
Algunas de estas partículas son microfibras en forma de hilo, de 0,01 a 5 milímetros cuyas fuentes pueden ser variadas como prendas de vestir (a partir del lavado doméstico), redes y cuerdas. Para más datos, según una revisión de estudios liderada por la investigadora Sunanda Mishra y publicada en el boletín Marine Pollution se estima que a nivel global alrededor de dos millones de toneladas de microfibras se liberan al océano cada año.
Di Mauro agrega que además de microfibras hay partículas en forma irregular de 0,005 a 5 milímetros. “Son muy chicas –describe- y se superponen con el plancton que sirve de alimento para muchas especies”.
La situación se repite en Bahía Samborombón donde los científicos hallan microplásticos en los estómagos de juveniles de peces y en el agua. “Estamos encontrando fibras y fragmentos en ambientes costeros, en aguas abiertas, en la superficie, en el fondo, en media agua, encontramos en todos lados”, advierte la bióloga.
La concentración de partículas en los mares varía en función de distintos factores como las fuentes de residuos y del movimiento de las corrientes que pueden trasladar microplásticos incluso hacia áreas protegidas como el Banco Burdwood, una meseta submarina ubicada en el extremo sur de la plataforma patagónica, en el océano Atlántico suroccidental.
Así, según el estudio publicado a mediados de mayo en la revista científica Environmental Pollution en la que Di Mauro es la primera autora, las microfibras de origen antropogénico son muy abundantes en este ambiente, probablemente por acción de la Corriente Circumpolar Antártica.
Los resultados indican que las fibras están muy extendidas en toda la columna de agua con un promedio de 17,4 partículas por litro. De acuerdo a la publicación, el 76,1 por ciento de las microfibras estaban compuestas por tereftalato de polietileno (plástico muy utilizado para envases y también en prendas) y la mayoría tenía un tamaño entre 0,1 a 0,3 milímetros.
El estudio, en el que participaron distintos investigadores de Conicet, concluye que las microfibras, transportadas por las corrientes y retenidas en el banco, representan una amenaza tanto para las especies subantárticas bentónicas vulnerables, es decir aquellas que se entierran en el fondo o se adhieren a rocas como “para los ecosistemas marinos altamente productivos del Océano Atlántico Sudoccidental”. El documento agrega que “según la revisión de la literatura, este entorno de mar abierto podría ser uno de los lugares más contaminados del mundo”.
Las imágenes de lobos marinos con redes o zunchos en sus cuellos o de tortugas que mueren por la ingesta de bolsas se vuelven cada vez más comunes pero además, de manera imperceptible, los microplásticos se van acumulando en órganos de distintas especies.
En un estudio en corvinas en el estuario de Bahía Blanca, los investigadores encontraron microplásticos en los 20 ejemplares analizados y un total de 241 partículas. “En promedio hallamos 14 piezas de plástico en el tracto digestivo de las corvinas, que son peces pequeños”, explica el investigador Andrés Arias del Instituto Argentino de Oceanografía (IADO-CONICET) y del Departamento de Química, Universidad Nacional del Sur.
El estudio afirma que “el promedio de partículas por pez fue más alto que el informado en estudios marinos globales anteriores”. Además, señala que “se encontró una correlación positiva entre el número de microplásticos por pez y el índice hepatosomático, lo que sugiere un probable estrés en su estado de salud”. Ese indicador se utiliza para medir las reservas de energía del animal.
Por otro lado, “los organismos filtradores como bivalvos, moluscos y almejas se alimentan de los microorganismos que están en el agua y en ese filtrado se quedan con un montón de micropartículas sintéticas que no pueden degradar y que quedan en su organismo”, agrega Arias.
Los resultados de otro análisis de nueve pingüinos magallánicos juveniles del Atlántico argentino sur que murieron entre febrero y marzo de los años 2019 y 2020 durante su recuperación en la Estación de Rescate de Fauna Marina Guillermo “Indio” Fidalgo mostraron la presencia de microplásticos en todas las muestras con un promedio de 51 partículas por individuo.
La investigación estuvo liderada por la bióloga marina del IADO, Tatiana Recabarren en el que también participó Arias.
“Distintos estudios han evidenciado que la exposición a ciertas concentraciones de microplásticos tiene un efecto físico en la capacidad de absorción de alimentos ya que algunas especies han disminuido su performance energética”, menciona el investigador adjunto en el Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras de la Universidad Nacional de Mar del Plata – CONICET, Mauricio Díaz Jaramillo.
El doctor en Ciencias Ambientales llama la atención sobre la necesidad de contar con más trabajos porque estas partículas podrían funcionar también como un “caballo de Troya” de otros contaminantes que “vienen de la fabricación misma del plástico fragmentado o por absorción”.
Díaz Jaramillo estudia la presencia de contaminantes a nivel de los sedimentos costeros y de zonas de importancia para la conservación o el monitoreo, como, los afluentes de las plantas de tratamiento. En su última investigación destinada a observar patrones de distribución de microplásticos en estuarios de Buenos Aires, encontró una gran cantidad de partículas de pintura en los estratos de entre 10 y 30 centímetros de los sedimentos de distintas áreas del estuario de Bahía Blanca.
El investigador explica que estos fragmentos pueden producir toxicidad en las especies que viven en el fondo marino porque las pinturas antiincrustantes, que se utilizan para proteger a las embarcaciones de la colonización de organismos marinos, contienen biocidas.
Por su parte, Arias aclara que “el plástico no es peligroso de por sí, pero su acumulación en lugares donde no tiene que estar y donde no será degradado, es lo que causa básicamente su toxicidad”. Luego, el biólogo del IADO añade que además estos fragmentos poseen aditivos químicos, que “no están agregados para que un ser vivo se lo coma porque pueden disolverse y causar toxicidad. Entonces, ahí hay una doble toxicidad”.
El informe del PNUMA de octubre de 2021, From pollution to solution. A global assessment of marine litter and plastic pollution, estima que hay entre 75 y 199 millones de toneladas de plásticos en los océanos. Además de afectar al ambiente y especies marinas, la liberación en los océanos de los productos químicos asociados con los plásticos “está recibiendo una atención cada vez mayor, ya que algunos de estos productos químicos son sustancias preocupantes o tienen propiedades de alteración endocrina”, advierte el documento.
Los costos de los residuos plásticos
La contaminación plástica marina no sólo afecta al ambiente y la salud sino también a la economía mundial por su impacto en el turismo, la pesca, la acuicultura, más los gastos de limpieza con un costo global entre 6.000 millones y 19.000 millones de dólares en 2018, según el informe del PNUMA.
“El plástico está diseñado para durar 200, 300 años, pero se diseñan productos que duran unos minutos, como por ejemplo los envases alimenticios”, plantea el investigador de IADO-CONICET, Andrés Arias, integrante del Comité Científico Asesor en Basura Marina y Contaminación Plástica de PNUMA, en representación de Argentina, y que participó del informe mencionado.
En un sistema circular cada producto plástico desechado debería recuperarse y reciclarse. Sin embargo, “cada año se produce más y la tasa de reciclado a nivel mundial es menor al 10 por ciento, por eso es necesario un cambio”, asegura Arias.
Al igual que la disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero que influyen en el cambio climático, la transformación requiere de compromisos globales. En ese sentido, el 2 de marzo de este año autoridades de 175 países aprobaron en Nairobi una resolución para lograr un acuerdo internacional jurídicamente vinculante para 2024 y buscar “poner fin a la contaminación por plásticos”.
Arias explica que el objetivo es mitigar los efectos de este material a partir del rediseño de resinas biodegradables, el aumento de la circularidad y el reciclado para disminuir la producción año tras años, algo que sin acciones ni compromisos ocurrirá.
“Se espera que el acuerdo final para ser firmado por los países esté para el segundo semestre de 2025. Parece lejos, pero en realidad estamos más cerca que nunca”, concluye Arias.
Fuente: Télam